El albor de la presencia

[Carmela Viñas]

Caminar blanco entre cerezos.
Contento inusitado.
Hablan los misterios de la aurora somnolienta sobre el embrujo de tu voz, recostada en mi memoria.

Me acerco más al temblor grato
de los pétalos que caen,
como plumas de agua,
a mi sentir de lluvia.

Intuición de pasos.
Una melodía sublime
— límite de lo resistible
porque abarca
el itinerario
de todas las derrotas
y las besa —,
llama al corazón del sueño.

Apenas unas sílabas danzantes,
en mitad del sobresalto.
Es un llamado.

¿Has visto cómo el cielo
nos devuelve aquel lucero?
Mi susurro.
 ¿Has visto que yo jamás
me fui de tus metáforas?
Su gratitud.

Silencios de sol,
encontrados.

Los remos mutuos nunca se cansaron, a pesar de las tormentas. Y nos reunieron aquí, en este espacio de las flores —delicado portal de intimidades —, donde huyen las quimeras.

El pestañear del tiempo cesa, y fija el ahora sus ojos en el albor de la presencia.

Eres,
con tu azul
de inmensidad profunda,
mi remanso y mi bravío.
Nunca dejaste de ser ola
en mis orillas.

Soy,
con los cerezos,
tu sensibilidad naciente.
Nunca dejé de reposar
en tu brisa celta
y en tu música.