En el jardín de la Casa de Pilatos

Poemas en verso y/o en prosa de cualquier estructura y/o combinación.

Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle

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Marisa Peral
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Marisa Peral »

Nada más que añadir a cuanto comentan los compañeros, excelencia y buen hacer en este poema antológico.
Felicidades, Ferreiriño.
Biquiños.
—-
Marisa Peral Sánchez

¡Nunca te dejes poner
el tornillo que te falta.
Corre y se feliz!

—-
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Ramón Carballal
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

Unas imágenes magistrales conforman tu poema. Felicidades. Unha aperta.
http://laverdadazul59.blogspot.com/

"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".

"Comprender es unificar lo invisible".

"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".

"El mar está aquí, en tu silencio".
Fernando Marcos Rentero
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Fernando Marcos Rentero »

Sevilla, su calor sus gentes en una explosión sugerente para amar, nos traen tus bellos verso, amigo J. J. Gracias por compartirlo. Un abrazo.
"El saber el tener y el querer, si no lo compartes con alguien, no tiene razón de ser"
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Alberto León
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Alberto León »

J. J. Martínez Ferreiro escribió: Jue, 09 Ago 2012 9:33 En Sevilla, a las cuatro de la tarde,
siete soles hambrientos retumbaban
despeñándose rojos por los montes.
Agrandaba el jardín ante la sangre,
la umbría deliraba sed de tiempo
y la tarde expandía su demora.

El profano marfil de las efigies
vaporizaba el sueño de la luz.
Se glorificó el verde más errático
y fue polvo inmolado en los insectos.

Derramaban los muros en los llantos
amarguras disueltas en la fuente.
El catarro del grifo se hizo ronco,
los peces se atoraban en el agua.
Los paseos trotados en la niebla
y las telarañas del tiempo cano
revestían veredas y parterres.

Mientras ella dormía en un banquillo,
una lúbrica esencia despertó
y extendió su designio, confundida
con los acalorados balbuceos
en los ramajes del ciprés más alto.

Un benéfico augurio de palomas
ceñía la dulzura de sus pechos.
Sus piernas, dos columnas abatidas,
sutiles, presentían descarnadas.

Una angustia empedraba sus delicias
―cárdena y confundida cruz remota.
Una nevada de ámbar anegó
su vientre ―sensorial como la nube
exaltada de sexo cuando amó,
años atrás, bajo el Sol de Castilla.

Entre los muslos rubios mis dos manos;
un cárdeno pudor ―febril urgencia―
subía su columna vertebral
como un columpio roto con chiquillo
adentro que se eleva disparado
esparciendo diamantes en el cielo.

Todo el aire restante se partía
provocando extensiones de su cuerpo.
Su yo sería más que el yo de ella,
con el yo de otros más: mármol divino,
pájaros detenidos, hojas muertas…
sería soledad con azotea
interior que aglutina tanta gente
como las espesuras tragan luz.

Tibias, prestas, sus manos minerales,
por el ópalo rosa de un nudillo,
se arqueaba su alma y como espada
se hundía en la espesura del silencio,
en la matriz vacía de los vidrios,
que ―cual madre cabal― toda se colma
de manantiales lácteos; sustento
proteico en lo profundo del instante.
Poeta Martinez:

Como bien han apuntado los poetas, el ritmo de este poema es hipnotizante. Ha sido un deleite leerlo. Y el tema no pudo haber sido mejor tratado que en verso endecasílabo.

Saludos afectuosos!
Haciendo poesía moderna sin olvidar la tradición.

Alberto León
Ana Muela Sopeña
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Ana Muela Sopeña »

Un poema muy bello, Ferreiro:

Los endecasílabos perfectos, con gran ritmo. Esas estatuas que cabalgan entre el reposo y la tensión erótica. Un jardín paradisíaco.

El poema te hace "ver" un jardín muy bonito. Casi cinematográfico.

Enhorabuena
Un beso grande
Ana
La Luz y la Tierra, explosión que abre el corazón del espacio.
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Rafel Calle
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Re: En el jardín de la Casa de Pilatos

Mensaje sin leer por Rafel Calle »

Querido amigo y admirado colega Ferreiro:
Este poema, escrito en 2012, conserva una temperatura interior que lo protege del paso del tiempo. Efectivamente, tengo la sensación de estar ante un texto donde la intensidad se sostiene no por el exceso, sino por la precisión y la hondura de una mirada que ya entonces era plenamente reconocible. Recuerdo bien que en su momento te dije —y lo mantengo palabra por palabra— que aquí aparecía “lo mejor de tu poética: la adjetivación tan tuya, la gran rotundidad de los decires, y ese ritmo firme que la monometría endecasílaba teje con una naturalidad casi respiratoria”. Y releído ahora, tantos años después, no encuentro una coma que desmienta aquella impresión.

La arquitectura del poema continúa impresionando. El arranque sevillano, con esos “siete soles hambrientos” despeñándose por los montes, es una manera de declarar desde el primer verso el pacto entre imagen y fulgor que sostiene toda la obra. Compañero, te mueves aquí en un territorio donde la imaginería sensorial no es adorno, sino motor del discurso: la umbría “delirando sed de tiempo”, las efigies vaporizando la luz, los muros derramando amarguras… Hay una suerte de sinestesia continua que envuelve el poema en un clima de evocación densa, casi pictórica, muy emparejada con el mejor neosimbolismo de Alaire.

Desde un punto de vista técnico, llama la atención la soltura con que, ya en aquellos años, manejabas la tensión del endecasílabo. No hay rigidez; hay, en cambio, unos periodos rítmico-sintácticos que avanzan con la cadencia de un orfebre de la métrica que, sin embargo, nunca da la impresión de estar aprisionado por ella. Desde Luego, siempre has sido de esos pocos autores capaces de recurrir al proceso métrico sin perder un ápice de naturalidad en los decires.

Pero quizá lo más valioso del poema, lo que aún hoy me parece de admirar, es la transición hacia la zona íntima, la aparición de esa figura femenina que duerme en un banquillo. De pronto, el jardín deja de ser un marco para convertirse en un espejo: todo lo que sucede en la naturaleza es el anticipo, o la resonancia, del despertar erótico de la mujer. El poeta logra aquí una fusión muy difícil: convertir el deseo en un paisaje que respira, que se agita, que sufre incluso sus propias convulsiones. La escena amorosa no se plantea como un recuerdo banal, sino como una relectura del cuerpo —sus luces, sus urgencias, sus fragilidades— desde la distancia de los años. De ahí ese tono entre elegíaco y celebratorio, donde el erotismo es memoria y también rescate.

Hay imágenes que permanecen por su fuerza simbólica: “un columpio roto con chiquillo adentro”, “el yo de otros más: mármol divino, pájaros detenidos…”, “la matriz vacía de los vidrios”. Son metáforas que no se contentan con describir; buscan la raíz emocional de lo vivido y lo elevan a un plano de experiencia compartida, casi coral, como si el cuerpo fuese al mismo tiempo singular y multitudinario.

Releer En el jardín de la casa de Pilatos dieciocho años después del nacimiento de Alaire tiene algo de celebración íntima. No solo fuiste uno de los fundadores de aquel sueño que tomó forma en noviembre del 2007, sino que, además, eres de las voces que ha ido construyendo un estilo de poema vigente, poderoso y, sobre todo, inconfundible.

Valga En el jardín de la casa de Pilatos para probar luminosamente que Alaire ha logrado vertebrar lo que en su día nació como una quimera: hacer poesía, solo poesía, pero poesía con un sello inconfundible.

En fin, te envío mi enhorabuena junto a un abrazo grande, como el que te envié entonces, pero con la gratitud añadida del tiempo.
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