¡Oh, lluvia!
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
- Alejandro Costa
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- Registrado: Dom, 13 Mar 2016 18:27
¡Oh, lluvia!
Cómo sanan tus cristales de porcelana
la oscuridad del cielo,
el árbol de rama frágil
y hasta el fuego crudo del sol más intenso.
¡Oh, lluvia, limpia y amable!
Te extiendes por los campos
en la búsqueda insaciable de la esencia de sus raíces,
la flor pálida necesitada de tu aliento,
y ese viento, a veces suave,
como el vuelo de una mariposa,
a veces grotesco e hiriente,
estrellando el cuarzo dolorido de tus gotas en los cristales,
resbalando tu llanto
en sinfonía con el cielo oscuro que te ha derramado.
¡Oh, lluvia, clara y fresca!
Te ofreces a los ríos como alimento de cielo,
a las cascadas para apaciguar su espuma,
a la tierra hambruna,
que de sus huertos nutre el altar de la naturaleza.
Te ofreces a la soledad del alma,
al llanto inmaculado del amor,
al rostro impenetrable de la oscuridad del silencio.
¡Oh, lluvia, anhelada y bella!
Resbalas por la piel como seda que cubre los hombros,
realzas la seca huella del destierro,
el paisaje cubierto por las heridas de polvo,
por la enferma siembra de la sequía.
Eres, flor, eres vida, eres miel de día,
la que hace bailar los trigales,
la que humedece el dolor de las raíces,
la que del cielo cae en señal de tristeza
y que a la piel refresca y la llena de alegría.
¡Oh, lluvia, divina!
Sabes maniatar la hondonada
que en sí guarda la pesadilla del barro seco y estancado,
para convertirla en lago de vida.
Oh lluvia, bien nacida,
de transparencia serena,
de agua purificada en las columnas del cielo,
conviertes el alma atolondrada,
en manantial indomable y dócil,
mientras haces florecer el desierto
como una ensenada húmeda de protección constante.
¡Oh, lluvia! ¡Oh, lluvia!
Das al mundo desarmado y despiadado,
las lágrimas dormidas del dolor de la tormenta.
Lluvia, lluvia,
dejas purificado el horizonte como una ventana abierta en primavera.
Lluvia, lluvia,
¡cómo sanan tus cristales de porcelana!
Lluvia que deja escrito en los portales
las cartas perdidas de los inmortales corazones.
¡Oh, lluvia! ¡Dormida lluvia en los ventanales!
No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.…
Me sobra el corazón (Miguel Hernández)