Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
Gracias, Rafa, por dejar tu generosa huella en estos versos.Rafel Calle escribió: ↑Sab, 08 Feb 2020 10:26 Tan bello como interesante trabajo, amigo Ferreiro, con el añadido de ser una dedicatoria para nuestro amigo Felipe.
Felicidades y abrazos, compañeros.
Gracias, Felipe, celebro que te haya gustado este poema, sobre todo porque a ti va dedicado.Felipe Fuentes García escribió: ↑Sab, 08 Feb 2020 11:22 Precioso poema, J. J. Me ha gustado mucho.
No había reparado en esa inmerecida dedicatoria y te estoy muy agradecido por ello.
Lo guardaré como un tesoro, amigo.
Al leer tus versos me he adentrado en un deslumbramiento de la palabra para el que hay que tener un talento poético como el que tú derrochas aquí en tu poema.
Recibe un gran abrazo.
Felipe.
Gracias, Ricardo, por tus generosos comentarios. Celebro que hayas disfrutado de estos versos.Ricardo López Castro. escribió: ↑Dom, 09 Feb 2020 15:19 Mi madre querida.
Este poema es para santiguarse.
Amén a tu lírica, estimado.
Abrazos y felicidad.
J. J. Martínez Ferreiro escribió: ↑Jue, 06 Feb 2020 1:47 Tenía en la mirada la intensidad del tigre
e investigaba lo inefable,
ávido y populoso como un río.
En el filo de los cristales
recorría la transparencia
de la blanca llama.
Miraba el cuerpo lacio de los dioses,
su fervoroso empeño de discordia.
Miraba el alto caserón del odio,
los claustros de la guerra,
donde intima la sangre derramada.
El problema de la realidad
lo resolvía en los espejos;
como en un cofre, todo quedaba ahí,
aprisionado.
En el contacto con las pieles frías,
su pupila se agigantaba,
e insólitos sus ojos por exactos y fijos,
entre objeto y sujeto
había sólo una ficción de luz
―aciaga flor de fuego en fuego consumida.
Se hacía imprescindible un corazón de sombra.
Me ha encantado este poema - dedicatoria.J. J. Martínez Ferreiro escribió: ↑Jue, 06 Feb 2020 1:47
a Felipe Fuentes
Tenía en la mirada la intensidad del tigre
e investigaba lo inefable,
ávido y populoso como un río
pero desconocía que las rosas
fuesen un sutil armamento.
Miraba el cuerpo lacio de los dioses,
su fervoroso empeño de discordia.
Miraba el alto caserón del odio,
los claustros de la guerra,
donde intima la sangre derramada.
En el filo de los cristales
recorría la transparencia
la blanca llama.
El problema de la realidad
lo resolvía en los espejos;
como en un cofre, todo quedaba ahí,
aprisionado.
En el contacto con las pieles frías,
su pupila se agigantaba,
e insólitos sus ojos por exactos y fijos,
entre objeto y sujeto
había sólo una ficción de luz
―aciaga flor de fuego en fuego consumida.
Se hacía imprescindible un corazón de sombra.
Gracias, amigo Alonso, por tu paso y generoso comentarios.Alonso Vicent escribió: ↑Dom, 09 Feb 2020 17:55 Dedicatoria y poema que fue un lujo recorrer entre sugerentes metáforas e imágenes.
Un abrazo J. J.