Ignacio Mincholed escribió:¡Ay, el tubo… otro gran instrumento de redención!
Qué admirable forma de ascender y descender, de tierra a cielo y de cielo a tierra.
el cuerpo entero de la sangre adora tu levedad
Recuerdo haberme cruzado con una piadosa joven que recorría fervorosa, de rodillas, el laberinto de mármol de la catedral de Amiens. Fue en una visita que hice a mi amigo bibliotecario de la catedral. Ya anochecía cuando el bibliotecario quiso enseñarme otros lugares de recreo en Amiens. Cuál fue mi sorpresa al reconocer a la bella joven del laberinto mortificándose con penosas posturas deslizándose arriba y abajo por el frío tubo de acero.
Qué virtud la suya, qué redención más hermosa.
Después, entre sudores, ella le hablaba de sus hijas.
Van al colegio, visten bien. Ríen.
Buena parábola nos deja este buen poema tuyo, igualmente virtuoso de letras y espíritu.
Un fuerte abrazo.
Ignacio
Mi querido Ignacio aunque éste es un poema antiguo no deja de ser de viejo, de recuerdos; ya apenas la creatividad me da para peinarme con raya picassiana, del periodo cubista para ser más exacto, soñando con las señoritas de Avignon ¿cómo serían realmente sus caderas? ¿Qué le pasaría a Pablito en la vista? ¡Oh tierras de la Occitania Provenzal donde tus mujeres acopian la sangre de sus amantes, en noches de luna llena, para nutrir las viñas de púrpura! Esto no es más que una pura anécdota disfrazada de Cenicienta pues, como decía, cuento lo que me viene a la cabeza, sin mucho arreglo retórico, de aquellos años felices.
Lo que me ha entusiasmado, porque véngolo observando desde hace tiempo, es que tú también eres medio viejillo y empiezas a contar unas anécdotas exquisitas que son hoy lo que más me divierte. Ya es preceptivo, por el bien de nuestros descendientes, juntar un ramillete de ellas para cuando compartamos en Madrid, Dios quiera que sea pronto, unos vinos en una taberna que huela a madera rancia y esquirlas de tempranillo.
Cuando empecé a estudiar en la capital y Villa, para ganarme unas pelillas, pues soy de familia pobre, contacté con una de esas empresas que mandan muchachos a los cumpleaños de las señoras ¡qué alboroto Señor! Los maridos, ejecutivos de alto nivel, con sus secretarias y la raza femenina, que pensábamos que eran abnegadas cristianas y amas de casa, a su bola. De aquella época guardo grandes anécdotas que un día te contaré; vivía por aquel entonces en Cuatro Caminos. El caso es que a los cinco meses me echaron; nunca supe si era por la calidad o por la cantidad de la actuación. En fin, ellas se lo perdieron. Ya muchos años después, viviendo en Costa Rica, me apunté a un curso de tubo y manga ancha; al principio se pusieron reticentes pero cuando me vieron en tanga aflojaron las velas. De esa experiencia vienen estas amables palabras de homenaje.
Todo esto es para decirte que agradezco tu cabal, sensata y oportuna anécdota que justifica, en gran parte, mi vivencia y la materialización formal de ella. Es que luego dicen que yo me lo invento todo y como tú tienes mejor imagen, seguro que alguno/a va a admitir que es verdad lo que narro. Esos bibliotecarios a los que tanto amó Borges ¡qué putero debió ser ese figurante de escritor! Bueno, pero esto es cosa de otra linea, que nos liamos.
Un abrazotote y salud