Yénifer Camboy no te dañes, somos mercaderes; no quieras tener hambre.
Dios no fulmina a nadie, ni de espíritu ni de nada. Pobres ¡NO!
Como trileros del sueño, los ascensores
caminan sobre la plata, desde el infierno, por treinta denarios.
Mientras, Saturno devora sus retoños.
¡Compro todos tus bailes!
—A la una, a las dos, a las tres. Adjudicado.
¿De dónde viene el pensamiento y la poesía?
De nuestros ojos, de nuestra boca. De los brazos que muelen
cada estrofa de trigo; el cuerpo entero de la sangre adora tu levedad,
adora los nichos del baile: Salomé, Mesalina, Dalila, Jesabel.
Rejón en el lomo sagrado de los nuevos apóstoles.
Estríperes,
también barranco sin nombre donde pasea la virtud,
tres cicatrices que son acento póstumo, cuatro
donde sirven los vinos más dulces de la redención;
las bocas sin memoria de la Magdalena. Ella hacía malabarismos
desde el tubo. El despachaba carne de pollo.
Después, entre sudores, ella le hablaba de sus hijas.
Van al colegio, visten bien. Ríen.
Y mi taburete allí, esperándome cerca de la hoguera,
cerca de la vida, cerca del hombre.
Infame,
poeta.
Que dicen
de sucio realengo.
Para aplaudirte Yénifer Camboy estoy aquí.
Vine a nacer. No te ruborice vender tu carne:
"Ella abría ventanas. El le contaba cuentos.
Ella registraba sus latidos. El la enternecía.
Ella lo masturbó. El sentía pena. Y tú amigo, mira como beben
los peces en el río; pero mira como beben por ver
si Dios ha nacido."
elPerro