Virote cardenalicio,
las rosas del desierto ungen al mendigo;
al derviche, con lágrimas de cera.
Bendice cada vulva, cada pliegue
que no extrañe la ausencia
del que ordenó la vida.
El agua de Canaán
se transforme en tus gónadas,
y rocíe de labios la demencia;
fresca, bendita, redentora.
Y ten compasión de nosotros,
adoradores nocturnos del clítoris.
No detengas tu vuelo, no te resigne el miedo:
el alba siempre queda herida.
Avanza en nombre de la Palabra
hacia lo profundo de nuestro paraíso;
hacia el futuro, que acalora
y pone en fuga los demonios.
Phallus impudicus,
arrebata del Génesis la intolerancia;
del himen, quita la muerte.
Que la rabia esté en los pueblos
que no aceptan más tótem
que tus desiertos hacia la nada.
Será entonces la sangre,
en su dolor primero,
la que regará de bocas al santo,
a los caníbales;
hombres que sólo buscan,
en el vino, su redención.
Roger Nelson, elPrior