El alcalde carbonero (romance histórico)
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
- Ramón Carballal
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".
"Comprender es unificar lo invisible".
"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".
- Marius Gabureanu
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
- J. J. Martínez Ferreiro
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Un abrazo.
- Begoña Egüen
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Un abrazo.
BEGOÑA.
- Ventura Morón
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- Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40
Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Ya me había percatado de tu conocimiento en poesía por tus comentarios. Me alegra llegar así, felicitándote con este reconocimiento, a tus poemas, y desearte una feliz estancia en el foro.
Saludos
- Lunamar Solano
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Te abrazo con todo mi cariño...
Nancy
- Pablo Rodríguez Cantos
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Muchas gracias por esta atención hacia mi poema. Es una alegría que no me esperaba, ya que en este foro leemos a diario muchos poemas muy valiosos. Saludos y gracias de nuevo al equipo de Alaire.Administración Alaire escribió:Enhorabuena, amigo Pablo, por el reconocimiento como Poema de la Semana a tu obra "El alcalde carbonero".
Un cordial abrazo.
Gracias también a todos los que estáis leyendo y comentando el romance. ¡Saludos a todos!
-
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
El paladín preserva y promulga la belleza de la lengua y su historia. Has conseguido eso y más, Pablo. Me uno al coro de voces que reconocen éste extraordinario bello poema Feliciddes! ERAPablo Rodríguez Cantos escribió:El alcalde carbonero
(romance histórico
sobre el relato de Pedro Antonio de Alarcón
"El carbonero alcalde")
En mil ochocientos diez
en el lugar de La Peza,
pueblo de agua encerrada
en su secreto de piedra,
entre olivos milenarios
y encinas de carne negra
que líquida nieve enfría
y un sol de bronce golpea,
cuando burlador el toro
en el cielo —no en la tierra—
a Orión, matador celeste,
le roba la primavera,
entre el guiso de San Marcos
y el potaje de cuaresma,
se escondieron las azadas
y se alzaron las banderas.
Era entonces de la villa
alcalde Manuel Atienza,
cincuenta inviernos de musgo
de los pies a la cabeza.
Noche de greñas ahumadas
espira en su cabellera
con luceros de caoba
tallados en dos hileras.
Balcón abierto es camisa
al jardín de su maleza
donde silvestres circulan
cantares y enredaderas.
Sus manos llevan nudosas
el esqueleto por fuera,
tan duras con los tocones
como firmes con las hembras.
Bosque de dos robles calza
coronados de una selva
donde el vigor de la sangre
moja fecundos planetas.
¿Dónde va el señor alcalde,
su vara de mando enhiesta,
trotando como un tambor
las calles y las placetas?
Va a convertir a su pueblo
de la paz hacia la alerta
para que forjen espadas
de arados y podaderas.
¡Que vienen los invasores
ya casi por Rambla Seca
en una nube de polvo
con rayos de bayoneta!
En el castillo se yerguen
enlutadas las enseñas
y en la torre, las campanas
como bélicas trompetas.
El cura da bendiciones
y absuelve a la patulea,
siendo del Señor, ministro
y de la muerte, profeta.
Los mozos tensan las hondas,
las mujeres cortan vendas
para beber ríos de sangre
bajo una lluvia de piedra.
Junto al río Morollón
un tronco de encina hueca,
como un faro horizontal
sobre un monte de madera,
boca del grito más largo,
vientre de la madre guerra,
aherrojado con alambres,
ceñido con recias cuerdas,
preñado fue hasta los topes
con hierros, pólvora y mecha,
muerte partida en pedazos
por la violencia de arena.
Era la hora de nona,
la hora de las tinieblas,
cuando al fuego del alcalde
se abrasó toda la tierra.
Sierra Nevada tembló
ante una voz tan intensa
que le hizo vomitar muertos
salidos de entre las peñas.
Rasgó su velo de nieve
en la oscuridad más nueva,
cielo negro constelado
de mortíferas estrellas.
¡Cómo mugían los toros
huyendo por las dehesas
y se retorcían los robles
desnudos de sus cortezas!
Muertos y vivos confunden
brazos extraños y piernas,
troncos de sangre caliente
y troncos de savia fresca.
Triduo santo de sepulcro
con sus llantos y sus velas
ofició un silencio verde
por la villa de La Peza.
Los vivos dieron al suelo,
todo de venas abiertas,
los despojos de los suyos
y de los otros, la afrenta.
Pero, ave fénix aciaga,
como un rescoldo en la hoguera,
al cabo de los tres días
resucitó la violencia.
¿Dónde va el señor alcalde
de una población desierta?
A luchar hasta la muerte
a la usanza alpujarreña:
emboscadas por los riscos
asaltando las veredas
con un colmillo en la mano
los lobos contra las hienas.
Mas, diezmado el enemigo,
su número tanto era
que diez soldados en suma
sitian a Manuel Atienza:
en una elevada cima
al barranco fue veleta,
ejemplo para valientes
y a los cobardes, vergüenza.
Ícaro de su valor
y señor de su conciencia,
nunca conoció este suelo
tal refulgor de cometa:
«Tres gallos me canten kyries,
reflejos por las albercas,
con un responso de viento
y una aspersión de tormenta.
Lucero de la mañana,
cirio de mi cabecera.
El valle será mi tumba
y mi lápida, la sierra.
Pero rezadme un rosario
con todas sus calaveras.
¡Que soy un hombre y un trueno!
¡Que yo soy toda La Peza!»
Y al ahorcarse las campanas
en la torre de la iglesia,
en cada pilar del agua
salió una luna pequeña.
-
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Saludos.
- Marisa Peral
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Muchas felicidades Pablo, es un reconocimiento muy merecido.
Saludos.
Marisa Peral Sánchez
- Rosa Marzal
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Un abrazo.
- José Manuel F. Febles
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Desde mi isla.
José Manuel F. Febles
Nietzsche.
- Pablo Ibáñez
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
enhorabuena por la distinción, amigo. Me gusta el tono clásico que consigues con este bello romance.
Abrazos.
- Pablo Rodríguez Cantos
- Mensajes: 1134
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Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
-
- Mensajes: 34
- Registrado: Jue, 02 May 2019 16:14
Re: El alcalde carbonero (romance histórico)
Precioso romance, un verdadero placer su lectura.Pablo Rodríguez Cantos escribió:El alcalde carbonero
(romance histórico
sobre el relato de Pedro Antonio de Alarcón
"El carbonero alcalde")
En mil ochocientos diez
en el lugar de La Peza,
pueblo de agua encerrada
en su secreto de piedra,
entre olivos milenarios
y encinas de carne negra
que líquida nieve enfría
y un sol de bronce golpea,
cuando burlador el toro
en el cielo —no en la tierra—
a Orión, matador celeste,
le roba la primavera,
entre el guiso de San Marcos
y el potaje de cuaresma,
se escondieron las azadas
y se alzaron las banderas.
Era entonces de la villa
alcalde Manuel Atienza,
cincuenta inviernos de musgo
de los pies a la cabeza.
Noche de greñas ahumadas
espira en su cabellera
con luceros de caoba
tallados en dos hileras.
Balcón abierto es camisa
al jardín de su maleza
donde silvestres circulan
cantares y enredaderas.
Sus manos llevan nudosas
el esqueleto por fuera,
tan duras con los tocones
como firmes con las hembras.
Bosque de dos robles calza
coronados de una selva
donde el vigor de la sangre
moja fecundos planetas.
¿Dónde va el señor alcalde,
su vara de mando enhiesta,
trotando como un tambor
las calles y las placetas?
Va a convertir a su pueblo
de la paz hacia la alerta
para que forjen espadas
de arados y podaderas.
¡Que vienen los invasores
ya casi por Rambla Seca
en una nube de polvo
con rayos de bayoneta!
En el castillo se yerguen
enlutadas las enseñas
y en la torre, las campanas
como bélicas trompetas.
El cura da bendiciones
y absuelve a la patulea,
siendo del Señor, ministro
y de la muerte, profeta.
Los mozos tensan las hondas,
las mujeres cortan vendas
para beber ríos de sangre
bajo una lluvia de piedra.
Junto al río Morollón
un tronco de encina hueca,
como un faro horizontal
sobre un monte de madera,
boca del grito más largo,
vientre de la madre guerra,
aherrojado con alambres,
ceñido con recias cuerdas,
preñado fue hasta los topes
con hierros, pólvora y mecha,
muerte partida en pedazos
por la violencia de arena.
Era la hora de nona,
la hora de las tinieblas,
cuando al fuego del alcalde
se abrasó toda la tierra.
Sierra Nevada tembló
ante una voz tan intensa
que le hizo vomitar muertos
salidos de entre las peñas.
Rasgó su velo de nieve
en la oscuridad más nueva,
cielo negro constelado
de mortíferas estrellas.
¡Cómo mugían los toros
huyendo por las dehesas
y se retorcían los robles
desnudos de sus cortezas!
Muertos y vivos confunden
brazos extraños y piernas,
troncos de sangre caliente
y troncos de savia fresca.
Triduo santo de sepulcro
con sus llantos y sus velas
ofició un silencio verde
por la villa de La Peza.
Los vivos dieron al suelo,
todo de venas abiertas,
los despojos de los suyos
y de los otros, la afrenta.
Pero, ave fénix aciaga,
como un rescoldo en la hoguera,
al cabo de los tres días
resucitó la violencia.
¿Dónde va el señor alcalde
de una población desierta?
A luchar hasta la muerte
a la usanza alpujarreña:
emboscadas por los riscos
asaltando las veredas
con un colmillo en la mano
los lobos contra las hienas.
Mas, diezmado el enemigo,
su número tanto era
que diez soldados en suma
sitian a Manuel Atienza:
en una elevada cima
al barranco fue veleta,
ejemplo para valientes
y a los cobardes, vergüenza.
Ícaro de su valor
y señor de su conciencia,
nunca conoció este suelo
tal refulgor de cometa:
«Tres gallos me canten kyries,
reflejos por las albercas,
con un responso de viento
y una aspersión de tormenta.
Lucero de la mañana,
cirio de mi cabecera.
El valle será mi tumba
y mi lápida, la sierra.
Pero rezadme un rosario
con todas sus calaveras.
¡Que soy un hombre y un trueno!
¡Que yo soy toda La Peza!»
Y al ahorcarse las campanas
en la torre de la iglesia,
en cada pilar del agua
salió una luna pequeña.