Tengo ante mí la anatomía de la derrota,
torsionado arco
que surgió en el inicio de un verano
del pasado siglo,
y ha cruzado la distancia sideral
que lo separa de este día de luto
como un relámpago de iniquidad.
Luz de duro mineral que alumbra
esta colección de días
en perfecto desorden y dudosa utilidad.
Que la vida iba en serio* y que la muerte
como una comezón sin fin
aflige el último reducto del pecho,
es el contundente corolario
de este viaje a tientas
sin apenas estaciones de paso. A un paso
del abismo,
de la renuncia,
de la nada.* J. G. de B.
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