Tengo ante mí la anatomía de la derrota, torsionado arco que surgió en el inicio de un verano del pasado siglo, y ha cruzado la distancia sideral que lo separa de este día de luto como un relámpago de iniquidad. Luz de duro mineral que alumbra esta colección de días en perfecto desorden y dudosa utilidad. Que la vida iba en serio* y que la muerte como una comezón sin fin aflige el último reducto del pecho, es el contundente corolario de este viaje a tientas sin apenas estaciones de paso. A un paso del abismo, de la renuncia, de la nada.
* J. G. de B.
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