[tab=30]la del amor,
[tab=30]la de la muerte,
[tab=30]la de la vida.
[tab=30]Miguel Hernández
Viví aquel coraje de abonico, saboreando sus pechos. Las noches, sintiendo el límite de aquella mujer cada vez más cercano. Olfateaba su tristeza junto al sudor, la distracción posible de su herida. Y muchas veces, muchas, mordiéndonos la boca hasta sangrar, nos bañábamos desnudos en piscinas ajenas; el polvo del desarraigo mientras amanecía. Tenía miedo al dolor, verla morir temprano, emponzoñada por esa maldita plaga que Dios dejó olvidada en el muelle de los heterodoxos. Su piel quedó a jirones colgada de su amor, lo demás, se lo llevó la vida o tal vez su mala muerte. san armilo b.