Huérfana de estos dos muñecos de estambre
que a costillas de saturno
fueron a parar a tus orillas.
La juglaría se desangra en las plazas toreras
y vos, Madrid, nos esperabas también este año.
Pero los deslindados puentes se abren, Madrid,
él me ha dicho que soy muy pequeña para su ojal,
que la primavera ha caído en otro mes.
Y yo, Madrid, me quedé menguando el olvido
con una luna que se mira desnuda en el espejo del Paraná.
Vos que me viste paloma y sonrojada,
fotografiaste nuestras manos entrelazadas bajo la mesa
y pintaste de nubes andaluces esta metáfora
vos, lo viste pensando en dejarme,
agarrado de la baranda de algún sueño
mientras yo descuidada y torpe,
dormía, abandonando nuestro amor.
¿Y ahora, Madrid?
¿Qué harías vos para resumir sus ojos?
Si eran como el otoño más certero y filosófico,
montando desnudos, mi cuello.
¡Ay Madrid!
Preguntale si me ha confinado en una décima de suspiro,
una pulgada de cielo,
un raspón en la vereda.
Él se pasea como si no existiera la angustia,
mis labios secos de invierno,
se entrecortan al saberlo
y todo se ha ahogado en el impío océano de agosto.
Vos sabés Madrid,
que fuimos la onírica dicha de aplazar el dolor
y el diablo riéndose de nosotros mismos,
expandió su tridente en tu sien derecha.
Ahora, Madrid,
te escribo a vos,
a tu santa realeza de ensueño.
Decile del silencio nocturno,
dale,
decíselo.