
Quiso el azar hacerme prisionero
del miedo y la fatiga,
encerrarme entre lutos,
sin cálamo en las manos
que robara a la noche las palabras.
El viejo boulevard de las sonrisas
pudo verme crecer con ojos de cristal
tras el mudo fanal de su clepsidra,
mas no fue posible porque un viento de sal
secó mis ramas al amanecer.
A punto de borrarse toda huella
sobre la arena del ocio que se escapa,
sólo espero que el vaso gris de tanto llanto
se convierta en el cáliz
que derrame los brillos de mis sueños.
Y así,
en el lecho borroso del silencio,
poder sentir, al fin, el inefable gozo de la luz.
*Andros