Lastre
Publicado: Sab, 15 Ago 2009 11:49
Lastre
Inés se estiraba en la silla mientras terminaba de imprimirse el proyecto de investigación que tenía que entregar a primera hora de la mañana, estaba cansada, su bebé ya dormía y Gabriel doblaba la montaña de ropa limpia acumulada. ¡Ahhhh! Veía salir las hojas de la impresora y sentía el alivio de haber terminado.
Se recostó en la mesa buscando descanso y a los pocos minutos adivinó que el nudo que se le acercaba a la garganta la volvería a llevar a lo oscuro -así empezaba siempre- la opresión en el pecho, la pérdida de fuerzas en su cuerpo, la nausea, los gritos silenciosos, el sudor que la bañaba y ya en lo negro, otra vez, la enorme sombra que se le venía encima, la mano fría que tocaba sus ocho años de niña, la mirada babosa tapándole la boca, y lloraba, lloraba cuando la impresora dejó de hacer ruido, lloraba de rabia, lloraba de odio hacia aquel cuerpo familiar que la había marcado de una inacabable angustia, de un dolor que no era pasajero, de un miedo a verse, a ver a los hombres, a sentirse, a sentirlos.
Gabriel llegó hasta ella sabiendo su fragilidad, la fue abrazando hasta que al oírlo respirar, pudo llorar a gritos, bañarlo de lágrimas. Poco a poco comenzó a sentir su cuerpo, lo miró con la mirada todavía perdida y buscó con desesperación su agenda, la abrió rápidamente y leyó en la hoja de mañana “A las seis de la tarde, psicóloga” y suspiró, suspiró porque faltaban menos horas para empezar a dejar atrás la pesadilla que desde hacía treinta años la aguardaba en cualquier esquina.
Inés se estiraba en la silla mientras terminaba de imprimirse el proyecto de investigación que tenía que entregar a primera hora de la mañana, estaba cansada, su bebé ya dormía y Gabriel doblaba la montaña de ropa limpia acumulada. ¡Ahhhh! Veía salir las hojas de la impresora y sentía el alivio de haber terminado.
Se recostó en la mesa buscando descanso y a los pocos minutos adivinó que el nudo que se le acercaba a la garganta la volvería a llevar a lo oscuro -así empezaba siempre- la opresión en el pecho, la pérdida de fuerzas en su cuerpo, la nausea, los gritos silenciosos, el sudor que la bañaba y ya en lo negro, otra vez, la enorme sombra que se le venía encima, la mano fría que tocaba sus ocho años de niña, la mirada babosa tapándole la boca, y lloraba, lloraba cuando la impresora dejó de hacer ruido, lloraba de rabia, lloraba de odio hacia aquel cuerpo familiar que la había marcado de una inacabable angustia, de un dolor que no era pasajero, de un miedo a verse, a ver a los hombres, a sentirse, a sentirlos.
Gabriel llegó hasta ella sabiendo su fragilidad, la fue abrazando hasta que al oírlo respirar, pudo llorar a gritos, bañarlo de lágrimas. Poco a poco comenzó a sentir su cuerpo, lo miró con la mirada todavía perdida y buscó con desesperación su agenda, la abrió rápidamente y leyó en la hoja de mañana “A las seis de la tarde, psicóloga” y suspiró, suspiró porque faltaban menos horas para empezar a dejar atrás la pesadilla que desde hacía treinta años la aguardaba en cualquier esquina.