Coma
Publicado: Jue, 25 Jun 2009 4:13
Suspiró hondo y abrió la puerta. Tenía un sentimiento extraño, una especie de incomprensible lucha; no podía derrotarse así de pronto, tan solitaria y fácilmente. Temblaba su mano derecha, transpiraba ese humor frío que creía olvidado y por su cerebro se arrastraban afligidos, uno tras otro, los recuerdos que creía marchitos.
Entró despacio y miró con recelo. La obscura reminiscencia del último sueño aún lastimaba su cerebro y le pareció que aquello sólo era una mentira creada por alguien más lúcidamente simple. El silencio le inundó el alma cuando dio los primeros pasos. Tropezaba con sus ingenuas cuitas, ya se derramaban los tiempos inmemoriales sobre sus hombros mientras avanzaba.
De pronto, alguien había detrás. Sabía que estaba siendo observado. Sintió un dolor escalofriante en la espalda. Quería huir, correr, no sabía a dónde, a cualquier parte, pero temía acertar en sus sospechas; en franca lucha se hallaban sus pensamientos que no pretendía ignorar más. No, no debía.
Cerrando los ojos y muy despacio dio media vuelta. En ese corto lapso de tiempo a su mente acudió un sólo recuerdo: Estaba bajo un sol intenso y aplastante, él y Carla habían bebido las últimas gotas de agua hacía poco más de dos horas; un calor vehemente, sed abrasadora, la nada a su alrededor. El cansancio era tan demencial e inmenso que podía abarcar lo absoluto o la nulidad para siempre.
Carla no se movía ya. Estaba quieta y seca como el tiempo que los envolvía. Sintió entonces una devastadora pena, como si el desaliento implacable y tenaz ciñera su corazón con una fuerza aguda, insondable; con claridad supo entonces cómo definir su lamentable estado: Moriría dentro de pocos minutos. El haz de luz que penetraba sus ojos mientras lentamente los abría, aquella dolorosa mirada que sintió en sus espaldas no eran otra cosa que su propia muerte reflejándose en el espejo de una conciencia torpe ya, incrédula, inútil.
Dio un paso y luego otro y otro. No, ya no era el vacío desierto ni la brasa en sus adentros. ¡Era la muerte!, pero... ¿Así? ¿Eso era todo? Claro que era todo. Fuera-dentro-arriba-abajo-allí-aquí, equivalían a lo mismo. Todo daba igual pero, ¿de verdad?, ¿a esto se reducía su hacer, su vida, su ser, su muerte? Y, ¿qué evidenciaba todo aquello?
Resolvió no saberlo. Intentó maldecir, renegar con ese atrevimiento que siempre le faltó en los momentos cruciales de su existencia. Pero el sol, ah el sol ya era insoportablemente cruel y sus intenciones de nada valieron para cualquier recriminación tardía, así que decidió, sí, decidió volver al principio.
Suspiró hondo y abrió la puerta... el sueño era suyo y por ventura, esta vez, la fatalidad de su propio destino no volvería a despertarlo.
Entró despacio y miró con recelo. La obscura reminiscencia del último sueño aún lastimaba su cerebro y le pareció que aquello sólo era una mentira creada por alguien más lúcidamente simple. El silencio le inundó el alma cuando dio los primeros pasos. Tropezaba con sus ingenuas cuitas, ya se derramaban los tiempos inmemoriales sobre sus hombros mientras avanzaba.
De pronto, alguien había detrás. Sabía que estaba siendo observado. Sintió un dolor escalofriante en la espalda. Quería huir, correr, no sabía a dónde, a cualquier parte, pero temía acertar en sus sospechas; en franca lucha se hallaban sus pensamientos que no pretendía ignorar más. No, no debía.
Cerrando los ojos y muy despacio dio media vuelta. En ese corto lapso de tiempo a su mente acudió un sólo recuerdo: Estaba bajo un sol intenso y aplastante, él y Carla habían bebido las últimas gotas de agua hacía poco más de dos horas; un calor vehemente, sed abrasadora, la nada a su alrededor. El cansancio era tan demencial e inmenso que podía abarcar lo absoluto o la nulidad para siempre.
Carla no se movía ya. Estaba quieta y seca como el tiempo que los envolvía. Sintió entonces una devastadora pena, como si el desaliento implacable y tenaz ciñera su corazón con una fuerza aguda, insondable; con claridad supo entonces cómo definir su lamentable estado: Moriría dentro de pocos minutos. El haz de luz que penetraba sus ojos mientras lentamente los abría, aquella dolorosa mirada que sintió en sus espaldas no eran otra cosa que su propia muerte reflejándose en el espejo de una conciencia torpe ya, incrédula, inútil.
Dio un paso y luego otro y otro. No, ya no era el vacío desierto ni la brasa en sus adentros. ¡Era la muerte!, pero... ¿Así? ¿Eso era todo? Claro que era todo. Fuera-dentro-arriba-abajo-allí-aquí, equivalían a lo mismo. Todo daba igual pero, ¿de verdad?, ¿a esto se reducía su hacer, su vida, su ser, su muerte? Y, ¿qué evidenciaba todo aquello?
Resolvió no saberlo. Intentó maldecir, renegar con ese atrevimiento que siempre le faltó en los momentos cruciales de su existencia. Pero el sol, ah el sol ya era insoportablemente cruel y sus intenciones de nada valieron para cualquier recriminación tardía, así que decidió, sí, decidió volver al principio.
Suspiró hondo y abrió la puerta... el sueño era suyo y por ventura, esta vez, la fatalidad de su propio destino no volvería a despertarlo.
