Culantrillos
Publicado: Lun, 16 Mar 2009 12:17
Cuando le pasaba solía dejarse llevar, se convertía en tormenta, catarata, riada, tornado o huracán. El viento le cerraba los ojos, las aguas la llevaban sin rumbo, era vapuleada hasta el punto del ahogamiento, y una fuerza que presentía se le acercaba, la atravesaba desde abajo, sin poderlo evitar, para dejarla suspendida en el aire con el incesante movimiento espiral, sin tener de donde agarrarse, la naturaleza una vez más la golpeaba contra todo lo existente.
Su cuerpo le llovía, le lloraban los ojos, uno más que otro, los goterones gordos eran los primeros en querer salir para rociarle la cara. Eran días de chubasquero y botas de agua.
Por los poros revivía el diluvio universal y así se movía en su casa, dejando todo marcado con sus pisadas. Rezumaba agua, agua invisible a la mirada de los que allí habitaban, y crecían los culantrillos en sus pliegues. Y así salía a la calle, magullada, con el peso de sus párpados tapándole la vista y haciendo charcos que nadie veía.
El agua, temida, tenía su razón de estar, y cuando la rabia le podía hacer daño, la arrastraba hasta que se le desprendía, la ayudaba a discernir, a saber lo que era de ella y lo que no; le iba abriendo cauces por los que navegar sin castigarse, por los que nadar sabiendo su aguante, la mecía boca abajo para que se pudiera ver cristalina, le contaba el secreto de los mares a los que podía llegar, le dibujaba horizontes naranjas en cada nuevo amanecer, y ella los miraba, con la calma de después de la tormenta.
Su cuerpo le llovía, le lloraban los ojos, uno más que otro, los goterones gordos eran los primeros en querer salir para rociarle la cara. Eran días de chubasquero y botas de agua.
Por los poros revivía el diluvio universal y así se movía en su casa, dejando todo marcado con sus pisadas. Rezumaba agua, agua invisible a la mirada de los que allí habitaban, y crecían los culantrillos en sus pliegues. Y así salía a la calle, magullada, con el peso de sus párpados tapándole la vista y haciendo charcos que nadie veía.
El agua, temida, tenía su razón de estar, y cuando la rabia le podía hacer daño, la arrastraba hasta que se le desprendía, la ayudaba a discernir, a saber lo que era de ella y lo que no; le iba abriendo cauces por los que navegar sin castigarse, por los que nadar sabiendo su aguante, la mecía boca abajo para que se pudiera ver cristalina, le contaba el secreto de los mares a los que podía llegar, le dibujaba horizontes naranjas en cada nuevo amanecer, y ella los miraba, con la calma de después de la tormenta.