ITÁLICA
Publicado: Mié, 24 Dic 2008 0:39
ITÁLICA
Casi ya nada queda.
Todo el tiempo ha barrido
con su implacable furia destructora.
Casi vuelve la tierra a su primera imagen despoblada.
Si no fuera por este intento vano
de mantener la huella que nos hizo,
todo el lugar sería sólo pasto perdido
de la habitual mudanza, de su olvido;
el calor del verano la piedra abrasaría,
y la lluvia otoñal con lentitud paciente
la quebraría lenta, lentamente,
y el viento del invierno soplaría en la nada
a que su forma tiende siglo a siglo.
Tan sólo en primavera, como efímera gloria
de los ciclos que buscan su orgulloso retorno,
vestiría las galas que Venus, generosa,
desparrama en su instante por doquier
y entonces, sorprendido, alguno creería
que es la vida que vuelve disfrazada,
engañosa, y que un dedo divino
deslumbrara a la muerte
que inevitablemente arrasa la memoria.
Casi no queda nada
pero queda la ausente permanencia
de aquello que ha vivido,
la desolada evolución perversa de las cosas,
la silenciosa ruina,
la agonía.
Y es a ella a quien todo se encamina
mientras con mudo resplandor
se abre paso este sol, se enciende sin piedad
este astro nuevo
en las calzadas
que hacia ninguna parte se dirigen ahora,
quizás hacia la paz de la llanura
o hacia la rota imagen de Trajano
que aún vela la penuria
de quienes no demandan ya su protección.
Es a ti a quien imploro,
es a ti a quien pregunto, Marco Ulpio Trajano.
¿Has querido ignorar lo que has perdido?
¿Debo ahora imaginar el gesto
que se oculta tras tu rostro sin vida?
Déjame ser tu guía,
deja que este mortal te hable quedo y alerte
la frágil calidad que fracturó tus ojos y tu oído
para que la cambiante permanencia
del mundo sea cierta.
¿No notas esa brisa que es la misma de entonces?
¿No acaricia tu cuerpo la suave melodía
de este áureo mediodía en tu ciudad?
Aproxímate a mí,
sentémonos debajo de un ciprés
e imagina que estamos con dos copas de vino
junto al rumor del agua que brota de la fuente
del amplio peristilo.
Luego mira en tu torno la acción de las centurias
y hablemos de la vida.
He visto entre la luz y entre la sombra
lo que tu pueblo alzara,
me he sentado en las gradas rugosas y vacías
a contemplar la ingrata destrucción de un imperio
agotado, la arena socavada,
los muros casi extintos, la penumbra
desnuda de cada galería.
Como si fuera soplo descubierto en el aire
de la inquieta mañana
me ha parecido aún sentir el roce
de Diana cazadora, cual diosa esplendorosa,
recorriendo campiñas
en el despertar súbito del mágico estatismo
de su efigie dormida
(quizás Isis también viva en su hechizo).
Pero tú no despiertes,
permanece.
Yo también seré ausencia
que ya nadie demande,
la misma que percibo en la lejana
y tibia indiferencia
de este cálido viento que adormece las ruinas,
como si hombres y dioses
se rindiesen al sino de su breve momento
embriagador.
Julián Borao
Casi ya nada queda.
Todo el tiempo ha barrido
con su implacable furia destructora.
Casi vuelve la tierra a su primera imagen despoblada.
Si no fuera por este intento vano
de mantener la huella que nos hizo,
todo el lugar sería sólo pasto perdido
de la habitual mudanza, de su olvido;
el calor del verano la piedra abrasaría,
y la lluvia otoñal con lentitud paciente
la quebraría lenta, lentamente,
y el viento del invierno soplaría en la nada
a que su forma tiende siglo a siglo.
Tan sólo en primavera, como efímera gloria
de los ciclos que buscan su orgulloso retorno,
vestiría las galas que Venus, generosa,
desparrama en su instante por doquier
y entonces, sorprendido, alguno creería
que es la vida que vuelve disfrazada,
engañosa, y que un dedo divino
deslumbrara a la muerte
que inevitablemente arrasa la memoria.
Casi no queda nada
pero queda la ausente permanencia
de aquello que ha vivido,
la desolada evolución perversa de las cosas,
la silenciosa ruina,
la agonía.
Y es a ella a quien todo se encamina
mientras con mudo resplandor
se abre paso este sol, se enciende sin piedad
este astro nuevo
en las calzadas
que hacia ninguna parte se dirigen ahora,
quizás hacia la paz de la llanura
o hacia la rota imagen de Trajano
que aún vela la penuria
de quienes no demandan ya su protección.
Es a ti a quien imploro,
es a ti a quien pregunto, Marco Ulpio Trajano.
¿Has querido ignorar lo que has perdido?
¿Debo ahora imaginar el gesto
que se oculta tras tu rostro sin vida?
Déjame ser tu guía,
deja que este mortal te hable quedo y alerte
la frágil calidad que fracturó tus ojos y tu oído
para que la cambiante permanencia
del mundo sea cierta.
¿No notas esa brisa que es la misma de entonces?
¿No acaricia tu cuerpo la suave melodía
de este áureo mediodía en tu ciudad?
Aproxímate a mí,
sentémonos debajo de un ciprés
e imagina que estamos con dos copas de vino
junto al rumor del agua que brota de la fuente
del amplio peristilo.
Luego mira en tu torno la acción de las centurias
y hablemos de la vida.
He visto entre la luz y entre la sombra
lo que tu pueblo alzara,
me he sentado en las gradas rugosas y vacías
a contemplar la ingrata destrucción de un imperio
agotado, la arena socavada,
los muros casi extintos, la penumbra
desnuda de cada galería.
Como si fuera soplo descubierto en el aire
de la inquieta mañana
me ha parecido aún sentir el roce
de Diana cazadora, cual diosa esplendorosa,
recorriendo campiñas
en el despertar súbito del mágico estatismo
de su efigie dormida
(quizás Isis también viva en su hechizo).
Pero tú no despiertes,
permanece.
Yo también seré ausencia
que ya nadie demande,
la misma que percibo en la lejana
y tibia indiferencia
de este cálido viento que adormece las ruinas,
como si hombres y dioses
se rindiesen al sino de su breve momento
embriagador.
Julián Borao