La palabra recobrada
Publicado: Sab, 27 Dic 2025 11:53
Cuando la palabra, abandonando los dominios
del obstinado silencio, recobraba su halo
se descubría todo un universo de imágenes,
luces y constelaciones y, aunque también
podía desatarse la oscuridad del nido de serpientes,
del dolor y del abismo, yo me cobijaba alucinado
en la urdimbre que dibujaban los pliegues de su revelación.
Todo era posible, entonces: fascinación, magia apasionada, rito.
Brillaba la esperanza abierta como una flor recién nacida,
como un mes de abril colmado de primavera.
Desterradas la furia, las lágrimas y la muerte a los espinosos
jardines del tártaro, briznas verdes como hebras se anudaban
al mundo, transformándolo en un lugar transparente.
Se bebía el vino de la dicha y se alzaban las copas
para brindar por la estrella de la mañana, el resplandor de la luna
y los colores tornasolados del amanecer y del crepúsculo,
también por todos los nombres, por todos, para que volvieran a estar,
para recobrarlos del vacío desierto de un retrato.
Como un río caudaloso nacía el verso con ropaje de inocencia
sin emboscadas ni ausencias, libre de las maquinaciones del azar
y de los relieves afilados de alimañas, inmune a los terrores
del yermo ultrajante e insidiosamente blanco
y a las amenazas de la desintegración y del olvido eterno.
Y por el paisaje musical de las estrofas, como un tropel festivo
de pájaros, volaban la belleza inalcanzable y el fulgor dorado
de la lírica, la fugacidad de Jorge y la armonía de Garcilaso,
el éxtasis de Santa Teresa y la vitalidad de Lope, el ingenio
de Quevedo y el artificio de Góngora, el intimismo de Bécquer
y la saudade de Rosalía, el compromiso de Miguel y el duende
de Federico, la nostalgia de Machado y el exilio de Cernuda,
la metáfora impactante de Pablo y la desnudez de Juan Ramón,
la visualidad y el mar de Rafael y la pasión y el ardor de León Felipe,
la solemnidad onírica de Olga y el surrealismo de Aleixandre,
el profundo pesimismo de Idea y el silencio y la noche de Alejandra,
la cercanía y sensibilidad de Mario y el simbolismo y la memoria
de Gamoneda, la palabra descarnada y precisa de Valente
y la ironía y el desencanto de Jaime, la antipoesía de Nicanor
y la cotidianeidad de Ángel y el arma cargada de futuro de Gabriel.
del obstinado silencio, recobraba su halo
se descubría todo un universo de imágenes,
luces y constelaciones y, aunque también
podía desatarse la oscuridad del nido de serpientes,
del dolor y del abismo, yo me cobijaba alucinado
en la urdimbre que dibujaban los pliegues de su revelación.
Todo era posible, entonces: fascinación, magia apasionada, rito.
Brillaba la esperanza abierta como una flor recién nacida,
como un mes de abril colmado de primavera.
Desterradas la furia, las lágrimas y la muerte a los espinosos
jardines del tártaro, briznas verdes como hebras se anudaban
al mundo, transformándolo en un lugar transparente.
Se bebía el vino de la dicha y se alzaban las copas
para brindar por la estrella de la mañana, el resplandor de la luna
y los colores tornasolados del amanecer y del crepúsculo,
también por todos los nombres, por todos, para que volvieran a estar,
para recobrarlos del vacío desierto de un retrato.
Como un río caudaloso nacía el verso con ropaje de inocencia
sin emboscadas ni ausencias, libre de las maquinaciones del azar
y de los relieves afilados de alimañas, inmune a los terrores
del yermo ultrajante e insidiosamente blanco
y a las amenazas de la desintegración y del olvido eterno.
Y por el paisaje musical de las estrofas, como un tropel festivo
de pájaros, volaban la belleza inalcanzable y el fulgor dorado
de la lírica, la fugacidad de Jorge y la armonía de Garcilaso,
el éxtasis de Santa Teresa y la vitalidad de Lope, el ingenio
de Quevedo y el artificio de Góngora, el intimismo de Bécquer
y la saudade de Rosalía, el compromiso de Miguel y el duende
de Federico, la nostalgia de Machado y el exilio de Cernuda,
la metáfora impactante de Pablo y la desnudez de Juan Ramón,
la visualidad y el mar de Rafael y la pasión y el ardor de León Felipe,
la solemnidad onírica de Olga y el surrealismo de Aleixandre,
el profundo pesimismo de Idea y el silencio y la noche de Alejandra,
la cercanía y sensibilidad de Mario y el simbolismo y la memoria
de Gamoneda, la palabra descarnada y precisa de Valente
y la ironía y el desencanto de Jaime, la antipoesía de Nicanor
y la cotidianeidad de Ángel y el arma cargada de futuro de Gabriel.