Supervivencia de Metal
Publicado: Sab, 26 Jul 2025 19:34
Teatro de un solo acto.
Personajes: Un hombre que se mueve desquiciado por el decorado y un narrador que nos advierte de la desesperación.
Decorado: Una sala de cuatro paredes sin techo. Árboles que salen de un techo inexistente y mucha agua en el suelo.
Ambiente: Opresivo. Juego de luces que resaltan y dan vida a fantasmas del pasado. Figuras realizadas con cartón piedra que agudizan el estado emocional del protagonista.
Sonido: Mike Oldfield - Tubular bells
NARRADOR:
Ojos. Ojos oscuros. Ojos fríos. Ojos rojos y fríos. Sangre. Ojos inyectados en sangre. Ojos extraños, acechantes. Ojos hambrientos. Y fauces abiertas. Fauces babeantes. Fauces vacías buscando una salida, víctima de sus opresores, víctima del lugar, víctima de la desesperación.
PROTAGONISTA:
Ayer ladraron los perros. Mucho más que de costumbre. Mario, ¿Te das cuenta? ¡Mucho más que de costumbre! Los oí, y no fueron imaginaciones mías. Sus ladridos estaban ahí, justo ahí donde estás ahora. Yo los veía, veía los ladridos colgados de esas ganzúas de metal. Y supe que eran las mismas ganzúas metálicas de las que colgaban los corderos. Los corderos muertos. ¿Comprendes? Los del matadero. Y creí que me volvía loco. Porque padre está muerto y el matadero hace años que lo derribaron. ¿No lo entiendes? No podían ladrar los perros y sin embargo yo los oía.
Mario, se balanceaban. Oscilaban una y otra vez, y dejaban el reguero de sangre en el suelo. Como aquella vez, cuando nos escapamos para averiguar en qué trabajaba padre. Para saber de una vez por qué nunca comía carne. ¿Te acuerdas? Nos colamos por la puerta, el guardia no se dio cuenta. Nos adentramos hasta la sala del fondo. Oímos los hachazos, los golpes, el balanceo de la carne muerta, aún fresca. Y los ruidos de los animales aún vivos. Y los perros ladraban en la nave contigua.
Yo no quería ir. Fuiste tú el que me obligó, no lo niegues con esa cara de fantasma. Yo siempre me asustaba al ver sangre. Y tú insistías, una y otra vez, y en el colegio me llamaban miedica y tú nunca me defendiste. Tú te reías con ellos. Te juro que tus risas eran ladridos. Y al final cedí.
NARRADOR:
Luna grande, luna brillante, luna sucia. Luna con aro de partículas a punto de explotar. Luna que se acerca peligrosamente a este extraño e inhóspito lugar. Una oscuridad envolvente con árboles que ofrecían sus frutos, la mayoría venenosos, a los que se atrevían a adentrarse en aquél submundo lleno de agua.
Recóndito. Recóndito y extraño. Muy extraño. Diferente tal vez. Inhóspito.
Aquél paraje era el más extraño del lugar. ¿De qué ciudad? ¿Acaso importa? Con un agua muy, muy pesada.
PROTAGONISTA:
No he podido olvidarlo. Padre hundía el cuchillo en la carne y silbaba. Silbaba mientras cortaba pedazos de carne que iba tirando sobre una bandeja llena de sangre. Y los corderos muertos se balanceaban sobre mi cabeza. Quise irme. Te enfadaste y comenzamos a pelearnos. Me empujaste.
¿Qué crees que sentí? Dime, ¿Qué sentí?
Contra mis labios y mis ojos carne muerta.
Una bofetada de sangre.
Grité y padre se dio cuenta.
Nos vio Mario, y se fue acercando con el cuchillo en alto.
Y luego cuando le veía silbar en casa no podía remediar ver su melodía ensangrentada. Al jugar con él en el campo y ver su camisa manchada de barro porque le habías dado un balonazo en el pecho, solo podía verle entre los corderos muertos, con el cuchillo en alto, silbando. Y en la nave contigua ladraban los perros. No quería besarle por las noches, al acostarnos, no podía imaginarle en otro lugar que no fuera entre carne muerta, oscilante.
Mario, hoy le he visto por primera vez comer carne. Y está muerto. He querido vomitar, hubiera querido cerrar los ojos y no ver los ladridos y corderos y cuchillos alzados.
¿Me oyes Mario?
Nunca me contestas. Padre me pidió que le cortara un filete en trocitos pequeños. Me temblaban las manos y por un momento he pensado que volvería a despreciarme con su mirada, por no ser valiente. Pero al igual que tú, no habla, ni emite sonidos. Pero masticó el filete. Un hilillo de saliva mezclada con la sangre del filete se ha resbalado por la comisura de sus labios.
Y entonces pensé en volveros a matar
para deshacerme de la nave de perros encorajinados y rabiosos.
Para resucitar a los corderos que se balancean.
NARRADOR:
Ruidos. Ruidos tenebrosos. Suspense. Angustia. Mucha angustia. ¿Cuándo atacará? Gruñidos. Jadeos. Un mundo de sonidos tan prolífico como el mismo universo y no puedo calcular la distancia. Ese gruñido de ataque. ¿Detrás de mí? ¿A kilómetros de distancia?
Pisadas lentas, esperando el momento para atacar, atento, vigilante y vigilado. Tengo que estar atento todo el día. No tengo descanso, no en esta tierra de nadie. No bajo los árboles venenosos, ni entre ellos.
Supervivencia. La perfección en la imperfección. El bien en el mal. El fin.
PROTAGONISTA:
Pero he vuelto a tener miedo. Y al final he ido a mi cuarto. No podía dormir, tenía los ojos cerrados, porque oía un crujido. Estaba seguro de que en el techo pendía una ganzúa metálica. Sabía que si abría los ojos vería a padre colgado de ella. Y he comenzado a oír los ladridos de los perros. Ladraban mucho. Y ha sido al levantarme, Mario, te lo juro. Cuando me he levantado he visto a padre muerto, en el comedor, con el filete sin terminar, tendido sobre el plato. El hilo de saliva ya se había secado, pero los perros ladraban aún más fuerte. Y los corderos no han resucitado.
Cae el telón sobre un hombre con las manos limpias de sangre.
Personajes: Un hombre que se mueve desquiciado por el decorado y un narrador que nos advierte de la desesperación.
Decorado: Una sala de cuatro paredes sin techo. Árboles que salen de un techo inexistente y mucha agua en el suelo.
Ambiente: Opresivo. Juego de luces que resaltan y dan vida a fantasmas del pasado. Figuras realizadas con cartón piedra que agudizan el estado emocional del protagonista.
Sonido: Mike Oldfield - Tubular bells
NARRADOR:
Ojos. Ojos oscuros. Ojos fríos. Ojos rojos y fríos. Sangre. Ojos inyectados en sangre. Ojos extraños, acechantes. Ojos hambrientos. Y fauces abiertas. Fauces babeantes. Fauces vacías buscando una salida, víctima de sus opresores, víctima del lugar, víctima de la desesperación.
PROTAGONISTA:
Ayer ladraron los perros. Mucho más que de costumbre. Mario, ¿Te das cuenta? ¡Mucho más que de costumbre! Los oí, y no fueron imaginaciones mías. Sus ladridos estaban ahí, justo ahí donde estás ahora. Yo los veía, veía los ladridos colgados de esas ganzúas de metal. Y supe que eran las mismas ganzúas metálicas de las que colgaban los corderos. Los corderos muertos. ¿Comprendes? Los del matadero. Y creí que me volvía loco. Porque padre está muerto y el matadero hace años que lo derribaron. ¿No lo entiendes? No podían ladrar los perros y sin embargo yo los oía.
Mario, se balanceaban. Oscilaban una y otra vez, y dejaban el reguero de sangre en el suelo. Como aquella vez, cuando nos escapamos para averiguar en qué trabajaba padre. Para saber de una vez por qué nunca comía carne. ¿Te acuerdas? Nos colamos por la puerta, el guardia no se dio cuenta. Nos adentramos hasta la sala del fondo. Oímos los hachazos, los golpes, el balanceo de la carne muerta, aún fresca. Y los ruidos de los animales aún vivos. Y los perros ladraban en la nave contigua.
Yo no quería ir. Fuiste tú el que me obligó, no lo niegues con esa cara de fantasma. Yo siempre me asustaba al ver sangre. Y tú insistías, una y otra vez, y en el colegio me llamaban miedica y tú nunca me defendiste. Tú te reías con ellos. Te juro que tus risas eran ladridos. Y al final cedí.
NARRADOR:
Luna grande, luna brillante, luna sucia. Luna con aro de partículas a punto de explotar. Luna que se acerca peligrosamente a este extraño e inhóspito lugar. Una oscuridad envolvente con árboles que ofrecían sus frutos, la mayoría venenosos, a los que se atrevían a adentrarse en aquél submundo lleno de agua.
Recóndito. Recóndito y extraño. Muy extraño. Diferente tal vez. Inhóspito.
Aquél paraje era el más extraño del lugar. ¿De qué ciudad? ¿Acaso importa? Con un agua muy, muy pesada.
PROTAGONISTA:
No he podido olvidarlo. Padre hundía el cuchillo en la carne y silbaba. Silbaba mientras cortaba pedazos de carne que iba tirando sobre una bandeja llena de sangre. Y los corderos muertos se balanceaban sobre mi cabeza. Quise irme. Te enfadaste y comenzamos a pelearnos. Me empujaste.
¿Qué crees que sentí? Dime, ¿Qué sentí?
Contra mis labios y mis ojos carne muerta.
Una bofetada de sangre.
Grité y padre se dio cuenta.
Nos vio Mario, y se fue acercando con el cuchillo en alto.
Y luego cuando le veía silbar en casa no podía remediar ver su melodía ensangrentada. Al jugar con él en el campo y ver su camisa manchada de barro porque le habías dado un balonazo en el pecho, solo podía verle entre los corderos muertos, con el cuchillo en alto, silbando. Y en la nave contigua ladraban los perros. No quería besarle por las noches, al acostarnos, no podía imaginarle en otro lugar que no fuera entre carne muerta, oscilante.
Mario, hoy le he visto por primera vez comer carne. Y está muerto. He querido vomitar, hubiera querido cerrar los ojos y no ver los ladridos y corderos y cuchillos alzados.
¿Me oyes Mario?
Nunca me contestas. Padre me pidió que le cortara un filete en trocitos pequeños. Me temblaban las manos y por un momento he pensado que volvería a despreciarme con su mirada, por no ser valiente. Pero al igual que tú, no habla, ni emite sonidos. Pero masticó el filete. Un hilillo de saliva mezclada con la sangre del filete se ha resbalado por la comisura de sus labios.
Y entonces pensé en volveros a matar
para deshacerme de la nave de perros encorajinados y rabiosos.
Para resucitar a los corderos que se balancean.
NARRADOR:
Ruidos. Ruidos tenebrosos. Suspense. Angustia. Mucha angustia. ¿Cuándo atacará? Gruñidos. Jadeos. Un mundo de sonidos tan prolífico como el mismo universo y no puedo calcular la distancia. Ese gruñido de ataque. ¿Detrás de mí? ¿A kilómetros de distancia?
Pisadas lentas, esperando el momento para atacar, atento, vigilante y vigilado. Tengo que estar atento todo el día. No tengo descanso, no en esta tierra de nadie. No bajo los árboles venenosos, ni entre ellos.
Supervivencia. La perfección en la imperfección. El bien en el mal. El fin.
PROTAGONISTA:
Pero he vuelto a tener miedo. Y al final he ido a mi cuarto. No podía dormir, tenía los ojos cerrados, porque oía un crujido. Estaba seguro de que en el techo pendía una ganzúa metálica. Sabía que si abría los ojos vería a padre colgado de ella. Y he comenzado a oír los ladridos de los perros. Ladraban mucho. Y ha sido al levantarme, Mario, te lo juro. Cuando me he levantado he visto a padre muerto, en el comedor, con el filete sin terminar, tendido sobre el plato. El hilo de saliva ya se había secado, pero los perros ladraban aún más fuerte. Y los corderos no han resucitado.
Cae el telón sobre un hombre con las manos limpias de sangre.