
cuando nos acercamos a nuestros horizontes,
por cañadas de fe, sin enterrar quimeras,
que desgarran el ápice y los sueños simétricos,
seremos el cuerpo intrínseco del aire,
lo que el milagro hace con la vida.
Cuando las inquietudes ruedan por las pendientes
no pronunciadas de tu boca a mi oído,
se generan las lágrimas del hueso,
y ese tiempo se vuelve memorable,
aun sin poder besar esa reminiscencia
que es detener presentes,
desatar las entrañas que me aquietan y nombran.
Tú vas adonde no te veo,
a la rugosidad última, ah, cómo distinguirte,
de todos mis poemas,
que tan solos caminan,
con el ave nocturna de tu piel
sobre folios repletos de plumas y hojarasca,
la tinta maquillada de la noche.
Y yo, sexto sentido del placer,
mantengo anonimatos de todas tus acciones,
contengo el corazón en mi caja de letras,
y aprendo a suprimir mis fantasías,
quizás mi realidad.
Y tú, aquí, proyectando mi sombra en los papeles,
y yo más cerca aún, la tiniebla envolvente de tus ojos,
dedos que enfrían,
tú.
Costado transparente,
yo.
Una estrella que nace,
un sentimiento brilla entre nosotros,
la calma iridiscente del espacio.
Tú, convertida en magia. Yo entre versos.
Resonancia del tacto
que alcanza la otra punta del sonido.
Tú, allí.
Yo…
Me humedezco de ti en cualquier lugar.
Tú…
Misteriosa, enigmática.
Yo comprendo la nada que me ahoga en tu mundo.
Te necesito.
Yo pasaré efímero por esta inspiración,
tú cambiarás mi día…
Y mis palabras.