El destino de la suerte (Nacer, vivir, morir)
Publicado: Mié, 09 Oct 2024 23:06
Nacer, invocando el llanto de la vida.
Nacer, llorando las primeras lágrimas como un preludio de lluvia de otoño.
Nacer para vivir, sin conocer el destino que encierra la suerte.
Nacer sin reír, presagio de un futuro de incierta felicidad.
Nacer, ¡sí!, nacer bajo la desnudez que agrieta la libertad.
Da igual por donde salga el sol,
por donde esconda su fuego,
si queremos seguir siendo luchadores de neón.
Luego, dos golpes suaves,
una batuta abre la oda ondulada al silencio,
baila y baila, su gesto,
quebrando delicadamente sortilegios que el viento descubre
bajo nubes eclipsadas en partituras, tambores y lluvias sinfónicas.
El alma es prisionera y pasajera,
violín sereno, paisaje claro, tambor mugriento,
silencio en paro,
la paz es violada bajo un cielo asesino,
la libertad viaja en un vagón de triste y sangriento destino.
Y allá, las palabras anidan en los recónditos lugares de la mente.
El aire suplica, lo que la voz no entiende,
el alma languidece,
interpreta su calma balanceándose sin perder su rumbo.
Es entonces cuando aparece el silencio,
el fuerte y tímido silencio,
tranquilo y despreciable,
compañero de fatigas de la soledad,
aliada en lo tenebroso,
en lo agotador, en lo desesperante,
pero, al fin y al cabo, solo es simple silencio.
A pesar que nos aturda,
nos golpee con indiferencia, nos amargue.
Al final, ¿de qué nos ha valido nacer?
una parte de vida es hoy, otra ayer,
¿quién sabrá si habrá otra mañana?
Luego, llegamos a la conclusión
que no hay vida que no tema la muerte,
esa muerte que es un mar de consuelo.
Y ya sin tiempo, entendemos,
que no hay muerte sin haber existido vida,
ni vida, que de muerte no sea reo.
Más volverán a nacer,
pero nunca sabrán el destino que le aguarda la suerte,
hasta que la muerte les lleve de la mano.
Nacer, llorando las primeras lágrimas como un preludio de lluvia de otoño.
Nacer para vivir, sin conocer el destino que encierra la suerte.
Nacer sin reír, presagio de un futuro de incierta felicidad.
Nacer, ¡sí!, nacer bajo la desnudez que agrieta la libertad.
Da igual por donde salga el sol,
por donde esconda su fuego,
si queremos seguir siendo luchadores de neón.
Luego, dos golpes suaves,
una batuta abre la oda ondulada al silencio,
baila y baila, su gesto,
quebrando delicadamente sortilegios que el viento descubre
bajo nubes eclipsadas en partituras, tambores y lluvias sinfónicas.
El alma es prisionera y pasajera,
violín sereno, paisaje claro, tambor mugriento,
silencio en paro,
la paz es violada bajo un cielo asesino,
la libertad viaja en un vagón de triste y sangriento destino.
Y allá, las palabras anidan en los recónditos lugares de la mente.
El aire suplica, lo que la voz no entiende,
el alma languidece,
interpreta su calma balanceándose sin perder su rumbo.
Es entonces cuando aparece el silencio,
el fuerte y tímido silencio,
tranquilo y despreciable,
compañero de fatigas de la soledad,
aliada en lo tenebroso,
en lo agotador, en lo desesperante,
pero, al fin y al cabo, solo es simple silencio.
A pesar que nos aturda,
nos golpee con indiferencia, nos amargue.
Al final, ¿de qué nos ha valido nacer?
una parte de vida es hoy, otra ayer,
¿quién sabrá si habrá otra mañana?
Luego, llegamos a la conclusión
que no hay vida que no tema la muerte,
esa muerte que es un mar de consuelo.
Y ya sin tiempo, entendemos,
que no hay muerte sin haber existido vida,
ni vida, que de muerte no sea reo.
Más volverán a nacer,
pero nunca sabrán el destino que le aguarda la suerte,
hasta que la muerte les lleve de la mano.