Tan solo es cuestión de vida
Publicado: Vie, 06 Sep 2024 15:28
A veces me pregunto donde se alimentan las nubes antes de llorar.
El cielo se intimida cuando oscurece,
y es tan difícil divagar de ello,
que la mente se desmiembra por cualquier sendero desgastado,
tan sutil como la serpiente que acecha su presa.
Los ríos se desmarcan cuando sufren acometidas salvajes,
es como esa fe que se despeña al romperse sin pudor,
esa boca con sotana,
que se entinta con cada palabra caída sin sentido
en los albores perdidos en la realidad.
Los desiertos callan y enmudecen,
silencian y enfurecen sus nervios a la vez que transcurren los días,
mientras los muñecos de nieve
son abrigados por bufandas de hipocresía y esperanza.
Y en las puertas de luces variopintas y porches elegantes,
esperan dormidos los deseos de una sociedad podrida.
Las calles se nutren de sombras,
aquellas que se ahogan en la basura más cruel,
las que pasean inadvertidas,
mientras otras,
apenas desgastan el cuero de su suela,
el tafilete suave y brillante de su empeine
y el deterioro de la carne.
Las macetas se secan por falta de cuidos,
una mujer pela unas pocas patatas,
un niño remienda unos zapatos atrincherados en batalla.
Y allí,
tal vez, allá a lo lejos,
aún cantan los indigentes, los desfavorecidos,
mientras sonríen,
dan gracias al cielo
y les brillan los ojos.
No es cuestión de cielos,
de ríos, de desiertos,
de calles mutiladas,
de imágenes terriblemente cotidianas,
tan solo es cuestión de vida.
Esa vida que suicidamos antes de sentir,
y que no supimos sentir, al no conocerla.
Esa vida hipócrita y maloliente,
que, jugando a las construcciones, edificamos,
sin darnos cuenta que lo hacíamos mal
y que su estructura era eternamente débil.
Así que me seguiré preguntando,
un día tras otro,
¿dónde se alimentan las nubes antes de llorar?
El cielo se intimida cuando oscurece,
y es tan difícil divagar de ello,
que la mente se desmiembra por cualquier sendero desgastado,
tan sutil como la serpiente que acecha su presa.
Los ríos se desmarcan cuando sufren acometidas salvajes,
es como esa fe que se despeña al romperse sin pudor,
esa boca con sotana,
que se entinta con cada palabra caída sin sentido
en los albores perdidos en la realidad.
Los desiertos callan y enmudecen,
silencian y enfurecen sus nervios a la vez que transcurren los días,
mientras los muñecos de nieve
son abrigados por bufandas de hipocresía y esperanza.
Y en las puertas de luces variopintas y porches elegantes,
esperan dormidos los deseos de una sociedad podrida.
Las calles se nutren de sombras,
aquellas que se ahogan en la basura más cruel,
las que pasean inadvertidas,
mientras otras,
apenas desgastan el cuero de su suela,
el tafilete suave y brillante de su empeine
y el deterioro de la carne.
Las macetas se secan por falta de cuidos,
una mujer pela unas pocas patatas,
un niño remienda unos zapatos atrincherados en batalla.
Y allí,
tal vez, allá a lo lejos,
aún cantan los indigentes, los desfavorecidos,
mientras sonríen,
dan gracias al cielo
y les brillan los ojos.
No es cuestión de cielos,
de ríos, de desiertos,
de calles mutiladas,
de imágenes terriblemente cotidianas,
tan solo es cuestión de vida.
Esa vida que suicidamos antes de sentir,
y que no supimos sentir, al no conocerla.
Esa vida hipócrita y maloliente,
que, jugando a las construcciones, edificamos,
sin darnos cuenta que lo hacíamos mal
y que su estructura era eternamente débil.
Así que me seguiré preguntando,
un día tras otro,
¿dónde se alimentan las nubes antes de llorar?