El adiós de Poiesis
Publicado: Sab, 24 Ago 2024 14:12
El adiós de Poiesis
Quizás el camino no era a Santiago ni a la peregrinación a la presencia de ese Dios lejano que se busca para salvar ese otro camino escarpado de angustias y nieves penitentes.
Quizás todo era más sencillo como la dureza cristalina de una piedra bella que, besada por el sol, refleja suaves multicolores jugando a la fascinante captura de tus ojos.
Sin embargo, cualquier estado condujo al principio, al valor intrínseco, al procesamiento.
A ese encuentro inimaginable entre la maravilla de tu ojo y yo, curiosamente plantada en la crisálida de la ilusión del fuego.
Tal vez sea indecible y el conformismo sea parte de ese miedo donde reposan las alas recién cortadas del canto de la vida. No quieres en realidad cavar ni ser alpinista, ni arrojarte al mar. En el observatorio un poco más arriba para ver la topografía de Central Park, o un poco más abajo que la luna, la lente luce lo que puede ver.
La espiritualidad para cada término contrata nuestro relámpago ciego y hace altar.
En los rincones del desplome, una madre, tal vez llena el lugar trágico de velas y flores de plástico, para quienes sobreviven a su duelo, un hijo a toda velocidad es un dolor indecible, un freno de pánico que busca expresar aquello que no muere de tiempo y uso, esa despedida precipitada sin el que se ha ido, llegando a ver las flores sin alma, las luces apagadas de un santuario improvisado en las cuatro esquinas. Luego están esos otros altares cerca de la montaña, cuanto más lejanos y empinados, se ejercita la excursión para llegar a un lugar sagrado, donde las lágrimas nos limpian del smog y del tráfico incesante que transa infierno sobre nosotros.
¿Es la montaña en sí misma un templo y qué seríamos sin las cordilleras? ¿Qué seríamos sin la columna vertebral? ¿Qué seríamos sin los altares y los precipicios y el mar?
Quizá el fuego que somos sea inextinguible. Todo el desorden del paisaje rocoso es imprescindible, la lentitud o la prisa o el resto de los años, o el miedo a ver al ser en mil facetas esculpido por valores superfluos. Piedra preciosa y fría que sin el beso del sol sólo refleja tu ojo maravilloso hecho de galaxias a imagen y semejanza del Dios vivo.
La despedida de la poesía es mayor que su praxis. Llegamos a la imaginación sin palabras y ella abre sus alas misteriosas, enciende el precipicio con una impronta de chispa y sobre su lomo de brasas descendemos al horror de ver crearse un cielo que en el descenso mueve su velo negro y vemos luces veloces que a cada desaceleración nos ocultan como lágrimas de seda en el vuelo frondoso. Tal vez todo sea una vela, un charco de cera. Una oración agnóstica en los remansos silenciosos de caminos perdidos en la distancia. Tal vez todo sea lo que negamos cuando llega la noche diacónica donde cada vez entramos vivos a la muerte, tiernizados a golpes, aderezados con especias para marinar y preparar un desayuno perfecto. ¿Qué soy yo si no mi inquietud oral de poesía rumiante? ¿Qué soy yo si nadie me ve extinguirme en el tormento de amar lo que no sé y no saber amar?
E.R.Aristy
Quizás el camino no era a Santiago ni a la peregrinación a la presencia de ese Dios lejano que se busca para salvar ese otro camino escarpado de angustias y nieves penitentes.
Quizás todo era más sencillo como la dureza cristalina de una piedra bella que, besada por el sol, refleja suaves multicolores jugando a la fascinante captura de tus ojos.
Sin embargo, cualquier estado condujo al principio, al valor intrínseco, al procesamiento.
A ese encuentro inimaginable entre la maravilla de tu ojo y yo, curiosamente plantada en la crisálida de la ilusión del fuego.
Tal vez sea indecible y el conformismo sea parte de ese miedo donde reposan las alas recién cortadas del canto de la vida. No quieres en realidad cavar ni ser alpinista, ni arrojarte al mar. En el observatorio un poco más arriba para ver la topografía de Central Park, o un poco más abajo que la luna, la lente luce lo que puede ver.
La espiritualidad para cada término contrata nuestro relámpago ciego y hace altar.
En los rincones del desplome, una madre, tal vez llena el lugar trágico de velas y flores de plástico, para quienes sobreviven a su duelo, un hijo a toda velocidad es un dolor indecible, un freno de pánico que busca expresar aquello que no muere de tiempo y uso, esa despedida precipitada sin el que se ha ido, llegando a ver las flores sin alma, las luces apagadas de un santuario improvisado en las cuatro esquinas. Luego están esos otros altares cerca de la montaña, cuanto más lejanos y empinados, se ejercita la excursión para llegar a un lugar sagrado, donde las lágrimas nos limpian del smog y del tráfico incesante que transa infierno sobre nosotros.
¿Es la montaña en sí misma un templo y qué seríamos sin las cordilleras? ¿Qué seríamos sin la columna vertebral? ¿Qué seríamos sin los altares y los precipicios y el mar?
Quizá el fuego que somos sea inextinguible. Todo el desorden del paisaje rocoso es imprescindible, la lentitud o la prisa o el resto de los años, o el miedo a ver al ser en mil facetas esculpido por valores superfluos. Piedra preciosa y fría que sin el beso del sol sólo refleja tu ojo maravilloso hecho de galaxias a imagen y semejanza del Dios vivo.
La despedida de la poesía es mayor que su praxis. Llegamos a la imaginación sin palabras y ella abre sus alas misteriosas, enciende el precipicio con una impronta de chispa y sobre su lomo de brasas descendemos al horror de ver crearse un cielo que en el descenso mueve su velo negro y vemos luces veloces que a cada desaceleración nos ocultan como lágrimas de seda en el vuelo frondoso. Tal vez todo sea una vela, un charco de cera. Una oración agnóstica en los remansos silenciosos de caminos perdidos en la distancia. Tal vez todo sea lo que negamos cuando llega la noche diacónica donde cada vez entramos vivos a la muerte, tiernizados a golpes, aderezados con especias para marinar y preparar un desayuno perfecto. ¿Qué soy yo si no mi inquietud oral de poesía rumiante? ¿Qué soy yo si nadie me ve extinguirme en el tormento de amar lo que no sé y no saber amar?
E.R.Aristy