Nada existe sin nosotros IV ( Fin )
Publicado: Lun, 03 Jun 2024 23:24
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Ruego por mí a los ángeles, que lloran la ingratitud del trueno golpeando las sienes.
Ruego por el tumulto de sombras, que se desvanecen por los números cifrando vacíos.
He llegado hasta aquí. Ruego compasión por las manos, que se arrojan al despertar de la conciencia. No sé cómo, pero he llegado y aquí estoy. Tengo la gracia de las doce vírgenes; hundiéndose en el pecho doce soles fabrican el tiempo soñando mi rostro.
Son doce túnicas de colores vivos cubiertos de carne -Isaac kaduri- ruega por mí en los atrios y aposentos.
Son nueve lunas o entrañas. Y tus manos son hábiles en la rotación. Y tu cuerpo transparente.
Vacía de luz se presenta la primera virgen; en sus manos sostiene el candelabro con siete velas. Coloca el índice izquierdo en los labios; el diestro hunde en el plasma sanguíneo.
El viento susurra desprendiendo hojas doradas. Imposible parece tu hazaña. Tu cuerpo blanco límite de excavación.
Entra por los tímpanos con la hoja dorada en el cuenco, la segunda virgen, levita. Cae suavemente en la visión y con sigilo enciende las velas. Ilumina la estancia. Cesa el aliento.
La tercera virgen traza la circunferencia alrededor del triángulo. La sangre del tiempo, inútil, cede al espacio y desborda la belleza en sus carnes, de leche tibia inundando las bocas. El ciervo herido sonríe. Entran los siete ángeles tal epifanía sin forma alguna de representación. Ella retira sus cabellos oscuros, señalando las dos espadas suspendidas de la bóveda oblicua.
Susurran las palabras adquiriendo forma y recuerdan el vaivén flotando sobre el mar. Regresa convertida en espuma la cuarta virgen hacia los labios. La yema embadurna el silencio. El frío animal del vértigo se retira, en una interminable exhalación, abre los ojos, desprendiéndose la bóveda. Va cayendo el mar y la tierra germina en mi boca.
Tal los amantes se disponen al descanso, luego de la guerra, disemina el entendimiento la quinta virgen. Sugiere de manera pausada entre ronquidos eternos el cuadrado envolvente.
En un sueño, sin sueños, aparece el resplandor formando una palabra en la luz invisible. Acompaña a la sexta virgen acostada en la nube. El querubín posándose en los muslos piensa el infinito. Solo el resplandor es visible en la luz invisible.
Un serafín tira del hilo, suavemente, dorado. El símbolo tiene ahora la facultad de la devoción. Vendrán otras palabras antes de que lleguen otras vírgenes.
Dichosas hermanas reunidas establecen palabras maternales.
El entendimiento que es solo luz, también puede ser luz y sombra con tal de unir la cara y la cruz, en un viaje arriesgado, cuando todavía el animal sostiene las cuatro cabezas y el cetro de la corona, como una espina clavada en mi corazón.
Así, muere, antes de su aparición, la séptima virgen, como un calambre eléctrico traspasando mis vertebras. Reunidos, el temor reverente y el amor incondicional descubren al fondo el ovillo, comienzan a vislumbrarse las manos de nieve pura.
La voz dice, que no se detiene. Vienen palabras a originar mi cuerpo, la ternura comienza a envolverme. Alguien dice, Hijo mío. Queda desvelada la octava virgen que me sueña en su vientre de coral. Afinan los instrumentos los ancianos.
La melodía teje el entendimiento y quedan suspendidas las vibraciones del sonido. La razón por la cual la sangre se vierte sobre la placenta, sin tiempo, más allá de cualquier forma concebible, configura el ovillo de plata, que sostiene la novena virgen consanguínea a la octava.
La décima, que es la apertura del mar, hará su aparición, si los ojos comprenden la escritura cegada, de quien escribe pensando su nacimiento sin haber nacido.
Tal son, las restantes incógnitas que pueden ser vírgenes: un evangelio de vírgenes sin apóstoles, donde, al menos, tres lectores consagrados tendrán en sus manos el ovillo, viajando por el espacio sideral, visitando a otros seres, otras galaxias, sabiéndose por la bienaventuranza de cualquier alumbramiento o manifestación de la conciencia.
Dichosos amantes, que hacen posible en su vacuidad la existencia. Si leen atentamente, aquí y ahora: Nada existe sin nosotros.
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Ruego por mí a los ángeles, que lloran la ingratitud del trueno golpeando las sienes.
Ruego por el tumulto de sombras, que se desvanecen por los números cifrando vacíos.
He llegado hasta aquí. Ruego compasión por las manos, que se arrojan al despertar de la conciencia. No sé cómo, pero he llegado y aquí estoy. Tengo la gracia de las doce vírgenes; hundiéndose en el pecho doce soles fabrican el tiempo soñando mi rostro.
Son doce túnicas de colores vivos cubiertos de carne -Isaac kaduri- ruega por mí en los atrios y aposentos.
Son nueve lunas o entrañas. Y tus manos son hábiles en la rotación. Y tu cuerpo transparente.
Vacía de luz se presenta la primera virgen; en sus manos sostiene el candelabro con siete velas. Coloca el índice izquierdo en los labios; el diestro hunde en el plasma sanguíneo.
El viento susurra desprendiendo hojas doradas. Imposible parece tu hazaña. Tu cuerpo blanco límite de excavación.
Entra por los tímpanos con la hoja dorada en el cuenco, la segunda virgen, levita. Cae suavemente en la visión y con sigilo enciende las velas. Ilumina la estancia. Cesa el aliento.
La tercera virgen traza la circunferencia alrededor del triángulo. La sangre del tiempo, inútil, cede al espacio y desborda la belleza en sus carnes, de leche tibia inundando las bocas. El ciervo herido sonríe. Entran los siete ángeles tal epifanía sin forma alguna de representación. Ella retira sus cabellos oscuros, señalando las dos espadas suspendidas de la bóveda oblicua.
Susurran las palabras adquiriendo forma y recuerdan el vaivén flotando sobre el mar. Regresa convertida en espuma la cuarta virgen hacia los labios. La yema embadurna el silencio. El frío animal del vértigo se retira, en una interminable exhalación, abre los ojos, desprendiéndose la bóveda. Va cayendo el mar y la tierra germina en mi boca.
Tal los amantes se disponen al descanso, luego de la guerra, disemina el entendimiento la quinta virgen. Sugiere de manera pausada entre ronquidos eternos el cuadrado envolvente.
En un sueño, sin sueños, aparece el resplandor formando una palabra en la luz invisible. Acompaña a la sexta virgen acostada en la nube. El querubín posándose en los muslos piensa el infinito. Solo el resplandor es visible en la luz invisible.
Un serafín tira del hilo, suavemente, dorado. El símbolo tiene ahora la facultad de la devoción. Vendrán otras palabras antes de que lleguen otras vírgenes.
Dichosas hermanas reunidas establecen palabras maternales.
El entendimiento que es solo luz, también puede ser luz y sombra con tal de unir la cara y la cruz, en un viaje arriesgado, cuando todavía el animal sostiene las cuatro cabezas y el cetro de la corona, como una espina clavada en mi corazón.
Así, muere, antes de su aparición, la séptima virgen, como un calambre eléctrico traspasando mis vertebras. Reunidos, el temor reverente y el amor incondicional descubren al fondo el ovillo, comienzan a vislumbrarse las manos de nieve pura.
La voz dice, que no se detiene. Vienen palabras a originar mi cuerpo, la ternura comienza a envolverme. Alguien dice, Hijo mío. Queda desvelada la octava virgen que me sueña en su vientre de coral. Afinan los instrumentos los ancianos.
La melodía teje el entendimiento y quedan suspendidas las vibraciones del sonido. La razón por la cual la sangre se vierte sobre la placenta, sin tiempo, más allá de cualquier forma concebible, configura el ovillo de plata, que sostiene la novena virgen consanguínea a la octava.
La décima, que es la apertura del mar, hará su aparición, si los ojos comprenden la escritura cegada, de quien escribe pensando su nacimiento sin haber nacido.
Tal son, las restantes incógnitas que pueden ser vírgenes: un evangelio de vírgenes sin apóstoles, donde, al menos, tres lectores consagrados tendrán en sus manos el ovillo, viajando por el espacio sideral, visitando a otros seres, otras galaxias, sabiéndose por la bienaventuranza de cualquier alumbramiento o manifestación de la conciencia.
Dichosos amantes, que hacen posible en su vacuidad la existencia. Si leen atentamente, aquí y ahora: Nada existe sin nosotros.