Era destino infante
o joven flor
y, la calle prestada de Móstoles,
obrando su existencia.
Era una cita devorada
por los sentidos,
un gusto a beso y noche,
a hondo participio
de felicidad.
Era el ajedrez de los sueños,
la roja claridad de los libros,
el vicio de perder las tardes
pensando en ti.
Era crear lunáticas sombras
o apostar a la humedad de tus cabellos.
Cuando la mañana agitaba consignas
y recogía androides de futuro,
la mismidad cerraba filas
con la llamada de la sangre...

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