que malvivís sin amar,
hallados en la figura,
obnubilados, soltar
amarras al espíritu.
I
Vino a la vida -real-
Jacinto Peña Velasco.
Flor del ombligo abisal
-bendito pez sin escamas,
heredero del dogal-.
Contorsionando el crepúsculo,
con sus manos, la verdad
detuvo, al fin, al poema.
Cubierto de sí, sin más,
descarrilado de la órbita,
sin rumbo, pero cabal,
Jacinto -de hermoso talle-
quebró la urna de cristal:
sin tiempo volvió a nacer,
aquietado hombre frugal
con nombre de adormidera.
II
Subido al puente, el coñac
bebiendo, reverdecido,
vislumbrando siempre el mar,
Velasco -fosforescente-
dispuesto para alumbrar
la carretera soñada.
Viendo los autos pasar,
con sus labios temblorosos,
disponiéndose a olvidar,
gozaba mirando el tráfico.
También solía llevar
gominolas de colores;
al sol quería imitar,
lanzándolas por el puente.
Tratando de avizorar
la carcajada infantil,
añoraba el despertar
de tantos niños perdidos
que conducen; olvidar
las prisas; cubrirlo todo
de azúcar; solo jugar.
III
Bajo el puente está su amada.
Jacinto baja a mirar
los ojos de la pobreza;
allegándose al sedal.
- entre cartones dormida,
núbil Peña en el altar-.
Apesta a vino, está sucia;
no se ha podido duchar.
No es querida, la mujer
está sola, en soledad.
Velasco extiende sus alas,
la lleva consigo: amar
es la pasión de su vida.
Siendo hermosa la verdad
se pierde por el calostro.
Espera la libertad,
dar a luz. Vienen gemelos.
-Oh Virginia -mi azahar-
Dormiremos esta noche,
juntos bajo el encinar.
IV
Te escribo desde el exilio,
sin nada, quiebro el dogal.
Desatado el nudo, vuela,
remonta la oscuridad,
atraviesa el tiempo gris;
sigue por el puente, sal,
lleva contigo a Virginia.
Abandona la ciudad,
Jacinto Peña Velasco,
vuelve con ella al hogar.