
Las anguilas colgadas de tu cuerpo,
codiciosas caricias de la luz
que electrocutan manos, piel y labios,
silencios terminados en silencios,
como idiomas caídos en desuso.
Creo que la palabra se deshace,
tiene otros intereses más calmados,
rebusca entre las células del tiempo,
porque todos la toman como adúltera.
Antes de que se mueva, va su espectro,
abriendo sus confines, eras, ciclos,
lluvias ácidas, lágrimas, censuras.
El dialecto no toma la palabra,
a medias, entre el léxico y lo incierto,
también tiene a su dios. Pero se esfuma,
se escurre, no le afectan las ideas,
trae consigo los cánones del hombre.
¿Qué uso se hace pues de la palabra?
¿A quién o a qué rendimos pleitesía?
¿A cuánta indiferencia, sino toda?