De jovencito (las fotos lo atestigüan; mi piel era clara y mis ojos morenos) Siendo así no tenía problemas para el idilio, aunque yo rechacé frontalmente a todas menos a tres. Tres flirteos en 62 años; no está mal del todo si sabes vivirlo intensamente; yo solo lo hice con uno; solo viví y vivo intensamente el de Laura de mi vida y de mi muerte.
Ahora el veneno del tabaco me domina, los cigarrillos los encadeno a veces, cojeo levemente por una lesión a flor de piel mal curada, he perdido altura, a duras penas alcanzo el 1'67. mis ojos se han hundido y de melancólicos han pasado a ser cavernosos como la voz de Nina Simone o Leonard Cohen, para no desentenar con el síndrome Covid tengo el pelo cano que no logra que pase desapercibido en el escenario del miedo, ¿a ver quién se atreve a decir que sigo siendo atractivo para las sentimentales? Esas que miran en el interior, yo soy transparente, un regalo del cielo, en el que no creo, para los pícaros Pablos que buscan un amigo para engañarle, vendiendo a quien sea a 5 euros lo que me costó 12, y que lo convirtiera, en la estantería de un mueble bar, en un gato que cambia de color según soplen los vientos. Una joya que no tiene valor, ni oprecio porque nadie quiere llevarla puesta.
Mi espalda va aparte; es la más pesada de mis cruces, como presumido que soy me interesa más el desastre físico que los dolores que me causa. Mi desaliño crónico.
Cuando vi Serpico en el Terraza Astoria mientras los ratas paseaban por los pasillos de chinos ( perdón de chines) salí tan impresionado que hubiera dado un año de mi vida por parecerme a Al Pacino en su mundo interior inabarcable,; un rey Lear con temperamento y valentía. Temeridad genética, quizás.
Hamelin