De cómo la mente de Margites, un poeta descerebrado, es un cajón de-sastre
Publicado: Sab, 12 Feb 2022 13:50
Mi soledad y yo, en ningún lugar
y en todos al mismo tiempo,
cautivados por la inmensidad
de una noche sin luna.
Me han llamado de todo
a lo largo de esta vida,
lo último “descerebrado”,
autoría de un simpático poeta
al que no le gustó nada
mi alusión a los mosquitos
capaces de construir sonetos
a lo Quevedo con sus zumbidos.
Voy a tener que darle la razón,
pues no solo debo carecer
de mi víscera pensante,
sino que también he tenido
que alcanzar un alto grado de locura,
porque escucho la música de las estrellas,
una especie de rock sinfónico
de luz y color, a lo Pink Floyd,
que hace de la noche
un grandioso espectáculo.
Qué bien se está recostado
en esta inmenso y protector silencio,
mientras aspiro los efluvios relajantes de María
y observo cómo cambia lentamente
la partitura del cielo.
Hoy, aunque no es el día de todos los muertos
habidos y por haber,
he pensado en la muerte.
Alguien tendrá que explicarme
el porqué de tanta celebración
a cuenta del final de la existencia,
porque ni puta gracia que tiene el asunto:
me parece horrible, doloroso, trágico,
putrefacto, maloliente y asqueroso.
¿Y qué queda después de pasar la frontera definitiva,
de traspasar la última puerta?
Ya respondo yo; nada, solo un montón de feos huesos
que no sirven ni para hacer caldo.
¡Cuántas riquezas han acumulado las malditas religiones
con el cuento de la otra vida!
Menuda pandilla de timadores.
Quedará el recuerdo, tu historia, tu huella...
Pura bazofia sentimental.
“Quiero que me devuelvan la vida”.
Eso es lo que demandaré cuando fallezca
por sentirme estafado, engañado y muerto.
Morir es injusto y no libera de nada,
porque a todos, incluyo al más triste
y deprimido de los mortales,
nos gusta vivir más que a un cura el vino
y quien esté libre de pecado que se lance al vacío.
Hoy, por enésima vez, tampoco he follado.
Aunque soy ateo, me estoy pensando si largarme
a un monasterio de clausura,
visto lo poco que me cuesta mantenerme casto,
o convertirme en un anacoreta arborícola,
dedicado a la contemplación del ombligo
a ver si me llega la luz,
y por la gracia de dios paso de ser un ateo convencido
a transformarme en un verdadero creyente
-estos son los peligros de la sublimación freudiana-.
Ya no recuerdo cuando fue
la última vez que lo hice, me refiero a lo de follar.
Solo espero que ocurra
lo mismo que con la bicicleta,
que una vez que aprendes no se te olvida. Amén
y en todos al mismo tiempo,
cautivados por la inmensidad
de una noche sin luna.
Me han llamado de todo
a lo largo de esta vida,
lo último “descerebrado”,
autoría de un simpático poeta
al que no le gustó nada
mi alusión a los mosquitos
capaces de construir sonetos
a lo Quevedo con sus zumbidos.
Voy a tener que darle la razón,
pues no solo debo carecer
de mi víscera pensante,
sino que también he tenido
que alcanzar un alto grado de locura,
porque escucho la música de las estrellas,
una especie de rock sinfónico
de luz y color, a lo Pink Floyd,
que hace de la noche
un grandioso espectáculo.
Qué bien se está recostado
en esta inmenso y protector silencio,
mientras aspiro los efluvios relajantes de María
y observo cómo cambia lentamente
la partitura del cielo.
Hoy, aunque no es el día de todos los muertos
habidos y por haber,
he pensado en la muerte.
Alguien tendrá que explicarme
el porqué de tanta celebración
a cuenta del final de la existencia,
porque ni puta gracia que tiene el asunto:
me parece horrible, doloroso, trágico,
putrefacto, maloliente y asqueroso.
¿Y qué queda después de pasar la frontera definitiva,
de traspasar la última puerta?
Ya respondo yo; nada, solo un montón de feos huesos
que no sirven ni para hacer caldo.
¡Cuántas riquezas han acumulado las malditas religiones
con el cuento de la otra vida!
Menuda pandilla de timadores.
Quedará el recuerdo, tu historia, tu huella...
Pura bazofia sentimental.
“Quiero que me devuelvan la vida”.
Eso es lo que demandaré cuando fallezca
por sentirme estafado, engañado y muerto.
Morir es injusto y no libera de nada,
porque a todos, incluyo al más triste
y deprimido de los mortales,
nos gusta vivir más que a un cura el vino
y quien esté libre de pecado que se lance al vacío.
Hoy, por enésima vez, tampoco he follado.
Aunque soy ateo, me estoy pensando si largarme
a un monasterio de clausura,
visto lo poco que me cuesta mantenerme casto,
o convertirme en un anacoreta arborícola,
dedicado a la contemplación del ombligo
a ver si me llega la luz,
y por la gracia de dios paso de ser un ateo convencido
a transformarme en un verdadero creyente
-estos son los peligros de la sublimación freudiana-.
Ya no recuerdo cuando fue
la última vez que lo hice, me refiero a lo de follar.
Solo espero que ocurra
lo mismo que con la bicicleta,
que una vez que aprendes no se te olvida. Amén