El pintor de pájaros
Publicado: Mar, 21 Dic 2021 1:35
Despierta lento el rayo del día
y el pintor de pájaros,
un gigante de cabellos
engendrados por la nieve,
en íntima comunión
con la naturaleza
parece un ser mitológico
sonriendo a las aves
que observa y pinta
con un amor insaciable,
luminoso y sin atajos.
Y es en ese trance,
sentado en el silencio,
cuando vuelve nuevamente
a experimentar
una felicidad irreflexiva
-qué extraño instrumento
es la memoria- al no sentir
el peso del tiempo,
al creer que puede engañarlo
una vez más
y, aunque sea fugazmente,
doblegar su tiranía inexorable.
No necesita tener delante
a su viejo amigo de la infancia,
un espantadizo pito real,
para devolverlo a la vida.
Con cuatro trazos
y algunas pinceladas anárquicas
de acuarela realiza el boceto
hasta que salta la chispa
poniendo luz en sus ojos.
Como en una revelación
el pequeño velero del cielo,
milagrosamente, va surgiendo
de la nada y haciéndose visible
con esa sorprendente sensación
de vivacidad que transfiere
a todas las aves,
ya seres inmortales
en el mundo bidimensional
del cuaderno de campo.
El pintor de pájaros tiene uno
viviendo en su espalda
como un ángel guardián
y al hablar, mueve las manos
imitando su vuelo porque siempre
ha querido ser uno de ellos.
Cae la noche y la oscuridad
difumina el mundo alrededor.
Dos ciervos cruzan la carretera
y el pintor de pájaros se detiene
en el borde de un instante
ante el vertiginoso asombro
que siempre le recorre al ver
cómo animales tan bellos
se adentran y desaparecen
en la espesura del bosque,
un mundo donde ahora
callan sus alados amigos
y la pesadumbre no existe
en el silencio que simula
arrebatar el color a los paisajes.
Tajante se aferra a la afirmación
de que no hay pájaros temibles
ni de mal agüero,
solo hombres terribles.
Y le late el corazón
como un perro furioso,
pues sabe que hay estruendo
y dolor en las plumas
como hojas caídas y sufre.
Sufre y siente un cansancio infinito
por el pájaro cautivo
que, como un libro vano
e incomprensible,
es el desenlace hostil de un sueño;
sufre por las tristes regiones
sin pájaros,
infaustas como la inclemencia
de una reja carcomida
por la herrumbre,
agónicas como las aguas corruptas;
sufre y sufre tercamente herido
como una derrota definitiva
por el desenlace final
de un despertar sin pájaros
y un silencio de holocausto
parasitando los paisajes;
mas el tropel de aves jubilosas
cuando despierta lento
el rayo de un nuevo día, disipa
las zozobras de la vigilia que impiden
al pintor de pájaros inundar
el mundo de flujo de vida con su arte.
y el pintor de pájaros,
un gigante de cabellos
engendrados por la nieve,
en íntima comunión
con la naturaleza
parece un ser mitológico
sonriendo a las aves
que observa y pinta
con un amor insaciable,
luminoso y sin atajos.
Y es en ese trance,
sentado en el silencio,
cuando vuelve nuevamente
a experimentar
una felicidad irreflexiva
-qué extraño instrumento
es la memoria- al no sentir
el peso del tiempo,
al creer que puede engañarlo
una vez más
y, aunque sea fugazmente,
doblegar su tiranía inexorable.
No necesita tener delante
a su viejo amigo de la infancia,
un espantadizo pito real,
para devolverlo a la vida.
Con cuatro trazos
y algunas pinceladas anárquicas
de acuarela realiza el boceto
hasta que salta la chispa
poniendo luz en sus ojos.
Como en una revelación
el pequeño velero del cielo,
milagrosamente, va surgiendo
de la nada y haciéndose visible
con esa sorprendente sensación
de vivacidad que transfiere
a todas las aves,
ya seres inmortales
en el mundo bidimensional
del cuaderno de campo.
El pintor de pájaros tiene uno
viviendo en su espalda
como un ángel guardián
y al hablar, mueve las manos
imitando su vuelo porque siempre
ha querido ser uno de ellos.
Cae la noche y la oscuridad
difumina el mundo alrededor.
Dos ciervos cruzan la carretera
y el pintor de pájaros se detiene
en el borde de un instante
ante el vertiginoso asombro
que siempre le recorre al ver
cómo animales tan bellos
se adentran y desaparecen
en la espesura del bosque,
un mundo donde ahora
callan sus alados amigos
y la pesadumbre no existe
en el silencio que simula
arrebatar el color a los paisajes.
Tajante se aferra a la afirmación
de que no hay pájaros temibles
ni de mal agüero,
solo hombres terribles.
Y le late el corazón
como un perro furioso,
pues sabe que hay estruendo
y dolor en las plumas
como hojas caídas y sufre.
Sufre y siente un cansancio infinito
por el pájaro cautivo
que, como un libro vano
e incomprensible,
es el desenlace hostil de un sueño;
sufre por las tristes regiones
sin pájaros,
infaustas como la inclemencia
de una reja carcomida
por la herrumbre,
agónicas como las aguas corruptas;
sufre y sufre tercamente herido
como una derrota definitiva
por el desenlace final
de un despertar sin pájaros
y un silencio de holocausto
parasitando los paisajes;
mas el tropel de aves jubilosas
cuando despierta lento
el rayo de un nuevo día, disipa
las zozobras de la vigilia que impiden
al pintor de pájaros inundar
el mundo de flujo de vida con su arte.