que comparten litera,
para el tiempo y el verbo,
que se callan sin verse ni escucharse.
Para el tosco y el divo,
que se gustan con rasgos diferentes.
Para lo digital, y lo analógico,
que trastocan la imagen y el sonido.
Para el confuso, el vívido, y el amor de los jóvenes,
son las fuerzas efímeras que no pueden tocarse.
Para los montes, cárdenos, opacos,
y las nieves perpetuas,
cuya realidad se basa en avalanchas,
desprendimientos y ceguera.
Para los atavíos de la iglesia,
para las confesiones,
de un sinvivir.
Para nuestra materia,
oculta bajo eclipses de tierra,
cuando toca la hora.
Para las expresiones del lenguaje,
y la metalingüística,
que siempre sobreviven, a pesar del silencio.
Para el espejo nuevo en mi salón,
donde parezco viejo, aún más de lo que soy.
Y para mis creencias, que siempre me recuerdan
que debo mejorar, no lanzarme al abismo.
Que me he vuelto profundo, para que nadie pueda rescatarme.
Que no creo en las letras, de los que las emplean,
por lo superficial que suenan. Son mentira.
Que me mantiene inmerso en la memoria una luz, y no es de una bombilla.
Que se cae el azul del cielo, y no se nubla.
Que todo lo que he dado por amor
era autoconvencerme de que existe.
Que todo lo que pienso es una buena idea,
para que solo quede el reflejo del alma.