Una vez en el Gólgota,
empujamos Jerusalén contra sus muros,
a la virginidad en sus estigmas adyacentes.
Minúsculas hormigas cosquilleaban nuestro cuerpo;
los lienzos, con olor a hierbabuena,
eran abrigo de una fe mariana,
índica y submarina, de alga en el intento.
Tú, descorazonado,
mirabas el oscuro panteón de piedra
sólo, del oficio a la tumba.
Con cervezas de menta, nuestro aliento
se refrescaba, con desacato, de la maría;
sin lírica
angustioso el destino, angustiosa la dualidad,
el hombre se desliza bajo su túnica,
como un sudor sanguinolento.
—Roger, ¿tú como ves esto?
—Negro, muy negro, maestro,
y eso que el gallo todavía no cantó.
—¿Recuerdas el truquito con el vino?
—También el de los peces, fue muy bueno.
—Y cómo a Villa, haciéndose el cojo,
lo sanamos con seis tequilas y un te quiero.
—¡Pobre diablo!
—A nosotros el invento nos reportó
treinta denarios y una religión.
—A otros la culpa.
—Somos como las ratas, supervivientes;
sin heroísmos inútiles, huyamos Prior
antes que la verdad nos haga libres.
—¡Maricón el último!
En el juicio final,
no hay excepción a la regla.
elPrior