con los pies sucios, se tiñeron de sangre
los relojes de Peter Pan,
hoy, se postra un esperma humilde.
—Ave María Purísima.
—Sin pecado concebiste.
—¿Quién eres?
—Pedro de Luna, un transgresor.
—No te recuerdo.
—Cambié de nombre.
—Tu franqueza lo rectifica todo.
—Tu desnudez no miente.
— ¿Y tus obsesiones?
—Las dejé junto a mis alas.
—No hueles bien.
—Solo vengo a confesar.
—¿Qué tienes que decir?
—Que me hiciste humano.
—Eso Dios no lo tiene en cuenta.
—También maté.
—¿Fue con estética?
—Disfruté mucho.
—Estás perdonado.
—Te quise.
—Eso es más violento.
—¡Me corté las alas!
—No es suficiente penitencia.
—El amor al otro no es vulgar.
—Te hace viejo, mírate.
—Vine a reconocer a tu hijo.
—Llévatelo y no vuelvas más.
Sobre un cuchillo de misericordia
la catedral sonaba a réquiem.
Antonio Benito, maestro,
imaginaba cada nombre.
Eva Gutiérrez, secretaria,
revisaba direcciones y documentos,
los mandaba sin destino;
decían sentirse feliz así.
Dos minusválidos que soñaban.
Armilo B.