—a las siete del medio día el sol estaba alto,
lo recuerdo bien.
En el mesón revoloteaban las moras,
entre el rímel de lo que pudo ser una tarde más.
La flor del bacalao sacudía el lugar,
una alfombra de salitre,
las campanas sonaban al revés de su badajo,
un mar obsceno, un pueblo sumergido
que olía en los tímpanos.
Se incendió el corazón de Rueda
al anuncio del vientre de María.
Nació perplejo,
pidió pan, vino, ascensión y misericordia.
Salió del hueco que hace la piel
cuando no tiene otro remedio;
nos miró con los ojos tristes,
nos amó y siguió andando.
A las siete de la tarde,
cada día, en cualquier lugar,
renace un hombre, lo recuerdo bien.
Armilo B.