para Ana
Porque soy capaz de decidir la noche
algunos me inquieren con estupor;
eres oscura y frágil, un pezón
que los caramelos chupan de aquellos locos
que no pueden dormir despacio.
Así me gustas, y ellos, que sólo miran,
no tendrán otra forma de viajar tus caderas.
De ellas,
yo conseguí apoderarme de varias espinas.
Estuve borracho los pozos suficientes,
hasta que se extinguió la piel de tu pensamiento
y dejó a la vista nervios, músculos
y huesos entre los que chupar la sangre
occipital, la única que abarca todo lo inefable;
desde su inmundicia, la esperanza y el infierno;
la costumbre de zaherir a un sabio
hasta el paroxismo, de comértelo
una vez apartada la carne más podrida.
Sin embargo, y a pesar del intento,
creo que la exégesis de todo esto
es fornicar cuando se pone el sol;
porque así regresan las gaviotas
de su paseo por tu espalda desnuda,
entre los huecos de los bares, vuelan
cantando una siguirilla, para clavarte
en el esternón de Tàpies.
Porque es entonces
cuando la dulzura del vino,
inunda mis huesos extraños y mestizos.
Es cuando resuelvo la esencia, la parte más oscura de mí;
cuando creo que ni tu boca consigue esto que la noche:
un aroma a ron y resilencia en grillo
que disimula mi olor a muerto.
Roger Nelson, elPrior