Las alas, gotas, sombras y el muro
en rostros dibujados con brazos,
con otra cadena de aire palidecen,
y abruman las leves muertes.
Dejar de hablar, no es silencio,
es esconder en el interior sus demonios,
la mejilla del espacio sinuoso
con árboles pintados de errores y pecados,
las perlas que suspiran en medio de la noche
con alas que adormecen el triángulo
en cruz del abismo; gotas
que duermen los negros vacíos,
que despiertan sin despertar
las estrellas ardientes del pasado
y absorben clavos en piso de humo,
que lloran y danzan a grito abierto.
Los dedos de las sombras aprietan y hacen ruido,
señalan en el tejado del pensamiento
la loca ave que canta y ríe,
que atropella los secretos que nunca se han salvado.
Romper el sello del muro
y ocultar la linterna de la música
que estira y muerde la conciencia,
y cerrar la triste realidad que tiembla;
es como sembrar todo un paisaje de invierno
y esperar que gota a gota, resurja,
todo un espacio condecorado
con esqueletos bañados, en hojas del silencio.