al rojo, —¡No va más!
determina Hamlet: —¡Oh carne mía!
La lengua estropajosa que entre tus piernas
hurga en la rosa.
Roger Nelson
elPerro
Te recuerdo musitando palabras
con esos ojos que más que mirar
abrasaban a mares del sur,
claros como el Índico, o el indicio
de nuestra furtiva tentación.
Éramos niños y ¡cuánto nos queríamos!
Las edades de Lulú pasaron
por nuestro refugio.
Tú, mi profeta, poeta de alegres cantos;
hoy sombra, me acerco a tus quince.
Déjame recordarte en aquellas tardes de verano cuando nadie podía separarnos. Descubro una pequeña zozobra al ver nuestro destino indiferente a nuestro ombligo.
Siempre pensé que serías el único,
—ingenuidad juvenil y otras tonterías—
estando presente la orgía en el verso.
El destino no era nuestro y tú olvidas,
como yo no olvido, que en otro mundo,
fui tu pequeña lulú.
Y tú mi ángel azul de sexo tierno,
precursor del mapa descuidado
de un país adolescente,
país alto y arrogante
como la esperanza apuntadora
de un ciprés hacia su Dios.
Si realmente existes en Ajaz
alejarás la flor del veneno
para que mis ojos solo vean tu cuerpo,
ese cuerpo que desdibuja
la flor de las flores,
que añora el amor a toda prisa
por senderos de la pasión cerrada.
En el gran reloj de Ajaz, sigue deslizándose la sombra, lenta, lentamente, los diez grados suficientes para que éste sea nuestro castigo, eternamente.
¿quién soy?
-me preguntas con desconcierto-.
¿Tú?
La reina de bastos,
mi puta;
yo,
la mirada de San Esteban.
Roger Nelson
elPerro