mañana petenera,
según quien llega y tañe
las empolvadas cuerdas."
Antonio Machado
Cuando las hijas del agobio lloran, estiran las matrices
hasta el infinito. Las cuerdas de seguiriya se estremecen
y el arpegio es incertidumbre, un andar sin huella;
ese vino que se empecina en disculpar lagares sin memoria.
El rastro de olor a cuero,
besos, sudores y azares
abriga la piel desnuda,
un paseo de puntillas.
Un Viejo aroma abraza
mi cuerpo cuando inhalo.
¡Quisiera volver a ser niño, madre,
y no haber visto tanto!
Siglo veintiuno, escandaliza el hambre y la guerra, la sed
y el esclavo. La raza exige, entre basura, su ego y su génesis:
— ¿Qué nos legó la historia? — pregunta la decepción decepcionada.
— Humo — las manos que no aplauden nada confirman el testamento.
Hay una larga sangre.
Hay una pena negra.
Corazón no des más vueltas, que madre
nos viene cubriendo.
Tardea el abrazo rama,
vencedora de hambre nueva,
luna roja entre los brazos.
¡Cercena la hiedra, madre!
¡Madre, quiero mirar de nuevo! Madre de mis ojos cansados.
Madre, perdona la vergüenza
si algún día proferí un “te quiero” sin nudo en la garganta.
Y seguimos masticando
pan triste, tu pan cansado.
Solo recuerdo tus ojos
tus ojos llenos de miedo.
Cuando las hijas del agobio cantan “a la nana nanita nana”
no hay artificio que resista la duda, ni pretexto
que pueda sostener una torpeza.
Anay Armilo