Cuando las hijas del agobio lloran, estiran las matrices
hasta el infinito. Las cuerdas de seguiriya se estremecen
y el arpegio es incertidumbre, un andar sin huella;
ese vino que se empecina en disculpar lagares sin memoria.
Siglo veintiuno, escandaliza el hambre y la guerra, la sed
y el esclavo. La raza exige, entre basura, su ego y su génesis:
— ¿Qué nos legó la historia? — pregunta la decepción decepcionada.
— Humo — las manos que no aplauden nada confirman el testamento.
¡Madre, quiero mirar de nuevo! Madre de mis ojos cansados.
Madre, perdona la vergüenza
si algún día proferí un “te quiero” sin nudo en la garganta.
Cuando las hijas del agobio cantan “a la nana nanita nana”
no hay artificio que resista la duda, ni pretexto
que pueda sostener una torpeza.
Hno Renato Vega