son los virus que destruyen;
edificios que construyen
los hombres con su maldad.
Nos creemos más que nadie,
a ser dioses aspiramos
y ni siquiera pensamos
en vivir en hermandad.
Nos medimos presumidos,
no miramos al vecino
y negamos el camino
al que necesita andar.
Nos faltamos el respeto
fabricamos los fusiles,
matamos cientos de miles
sin ni siquiera llorar.
Nos sentimos orgullosos
como bravos luchadores
y nos pueden los temblores
a la menor ocasión.
Feroz microorganismo
nos derrota y acobarda
al pensar que nos aguarda
humillante rendición.
Aprendamos de una vez
a sentirnos como hermanos
y enlacemos nuestras manos
perdonando y sin rencor.
Que la vida es pasajera
y no hay nadie que Dios sea.
Aislemos al que alardea
con una ración de amor.
Ojalá que pronto pase
esta advertencia divina
y nos quitemos la espina
aprendiendo la lección.
Volvamos arrepentidos
y limpios de prepotencia
sanando nuestra conciencia
y amando de corazón.