A mi amigo Rafel Calle, con mucho cariño.
arrugar la punta de mis dedos
con la introversión de tu poderío.
Mesa frente al mar,
bondades a la carta
que exoneran versos
en los dominios del salitre.
Los botellines de Font Major
abrigan el agua
de un tálamo rítmico.
La blusa insolente
de la chica de negro
persiste
en el morbo de la distancia.
La sargantana nos mira
con su lenguaje pegajoso;
parece inmóvil,
contigua,
casi venerable.
Seguimos ahí,
frente a sus ojillos,
como un maremoto de humanidad
asustada por los invasores,
llena de parches falsos
y piratas ocultos.
La sargantana ha deslizado
su cuerpo solitario
como si fuera un poema
en ciernes,
un candil arrastrado
por la inercia
o por los miedos de ayer.
Ahora la veo huir
hacia las fisuras
de un cielo catatónico,
mientras la tarde bosteza
el ardor de sus escamas.
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