¡Oye mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!"
Federico García Lorca
tocan sus labios
con la genuina fricción
del enamoramiento.
Es él, hermoso y cabal,
prodigio de sanadoras leyes,
Es él, metapoema del valor.
Sin armas ni géneros
han convertido el suelo
en tierra de amantes,
en victoria de pioneros.
Van consumando geometría
libre de sombras,
rescatando honores
de la propia ciudad,
de la ciudad de otros,
de aquella terraza donde Federico
perdona la humedad de los cristales
y aspira soles nuevos.
Dos, en el enjambre de la síntesis,
descubiertos y tapados
bajo el almendrado ojo de las bellas artes.
Dos hombres,
juntos, en la biología intimista
de ser y estar.
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