serio, cansado,
resistiéndose a reverdecer;
con sus canas y ya no tan ligeros pasos.
En su cuello una bufanda escocesa.
De lejos parecía el Principito,
a pesar de su pelo tan corto
y su bigote recién estrenado.
Por suerte él no me vio.
No estaba para aguantarle
sus rollos sobre Dios
y sus ideas absurdas.
Aquel día,
borrachos en el asteroide tercero
empezó a acosarme.
Yo accedí.
Fue un fracaso,
apenas se le puso dura
se arrodilló y me la chupó.
Así, humillado, parecía un perro.
No daba pena, daba asco.
Cuando llegué a casa
rompí todos los escritos que me regaló.
¿Cómo pude estar enamorado
de un segundo, un instante,
un escritor maldito?
La Corporación