La alfombra
Publicado: Lun, 19 Ago 2019 21:02
No son las noches un escape,
ni la luz de los días la llamarada de una liberación,
más allá del desasosiego y el terror de la soledad
instalada con la derrota de la vida
y la esclavitud impertinente
de un cuerpo manipulado y adormecido
al que le sobra el tiempo vacío
de un corazón que late obligado.
He visto palidecer al mar de tus lágrimas
mientras la película de tu belleza se reflejaba en las mismas,
y el recuerdo, tan real y sumiso,
impregnaba de aroma la sed de mi demencia.
Veo brillar tus labios color carmín carnoso
y tus dientes de blanco marfil cuando esbozabas una sonrisa.
He visto tantas veces el desfile de tus pasos,
con la serenidad y elegancia
que modelaban esas alargadas piernas.
En mis ruegos, tocabas aún ese piano de cola,
mientras saboreabas la taza de té de las cinco
impregnada de carmesí.
Me hacías un guiño que me aceleraba la sangre,
y me enviabas ese beso silencioso
con el que enmarcaba la felicidad infinita.
A veces te oigo pasear por el salón,
y hasta creo ver el humo de tu cigarrillo,
¡cómo te gustaba fumar mientras leías!
No he movido los libros,
aún conservan el orden tal y como los pusiste,
¿podrías leerme un poquito?
¡Da igual cual sea! ¡Da igual lo que leas!
Quiero oírte, sentir la melodía de tus palabras,
el sereno esplendor con el que entonabas las frases,
la delicadeza con la que iluminabas las imágenes,
la suavidad con la que cerrabas el relato.
Aún conservo tu bata,
la rodeo con mis brazos para darte abrigo,
¡cómo te acurrucabas en mi cuerpo cuando tenías frío!
me decías al oído un te quiero zurcido en seda,
yo,
yo te acomodaba las gafas,
-siempre las llevabas caídas en la punta de la nariz-,
tú,
tú me dabas las gracias con un beso y una sonrisa,
-tan solo los mantengo en el recuerdo-,
mi rostro se arruga por los años,
mi cara envejece de sequedad por los besos perdidos,
mis ojos por la tristeza de no alimentarse de tu encanto.
¿Sabes?
A veces te busco entre las cortinas,
¡cómo jugueteabas escondiéndote tras ellas!
y aún sigo preparando tu desayuno preferido,
tostadas calentitas de mantequilla y zumo de naranja,
pero no tienes apetito,
las retiro una y otra vez cuando se enfrían,
-no te preocupes, lo dejo todo limpio y en su sitio-,
me enseñaste bien,
no está tan ordenado,
pero procuro que no te des cuenta.
Se han secado tus lágrimas,
la alfombra las ha marcado como un monumento,
como un símbolo imperecedero,
he tratado de mantenerlas,
las he protegido,
pero he sido incapaz de alimentarlas para que siguieran brillando.
Ahora, las rodea un río de recuerdos,
un tiempo inusitado,
un cuerpo apagado,
un corazón mutilado,
y las lágrimas de unos ojos, enfermos por tu ausencia.
La alfombra seguirá húmeda
hasta que me hagas un guiño
y me vuelvan a besar tus labios.
ni la luz de los días la llamarada de una liberación,
más allá del desasosiego y el terror de la soledad
instalada con la derrota de la vida
y la esclavitud impertinente
de un cuerpo manipulado y adormecido
al que le sobra el tiempo vacío
de un corazón que late obligado.
He visto palidecer al mar de tus lágrimas
mientras la película de tu belleza se reflejaba en las mismas,
y el recuerdo, tan real y sumiso,
impregnaba de aroma la sed de mi demencia.
Veo brillar tus labios color carmín carnoso
y tus dientes de blanco marfil cuando esbozabas una sonrisa.
He visto tantas veces el desfile de tus pasos,
con la serenidad y elegancia
que modelaban esas alargadas piernas.
En mis ruegos, tocabas aún ese piano de cola,
mientras saboreabas la taza de té de las cinco
impregnada de carmesí.
Me hacías un guiño que me aceleraba la sangre,
y me enviabas ese beso silencioso
con el que enmarcaba la felicidad infinita.
A veces te oigo pasear por el salón,
y hasta creo ver el humo de tu cigarrillo,
¡cómo te gustaba fumar mientras leías!
No he movido los libros,
aún conservan el orden tal y como los pusiste,
¿podrías leerme un poquito?
¡Da igual cual sea! ¡Da igual lo que leas!
Quiero oírte, sentir la melodía de tus palabras,
el sereno esplendor con el que entonabas las frases,
la delicadeza con la que iluminabas las imágenes,
la suavidad con la que cerrabas el relato.
Aún conservo tu bata,
la rodeo con mis brazos para darte abrigo,
¡cómo te acurrucabas en mi cuerpo cuando tenías frío!
me decías al oído un te quiero zurcido en seda,
yo,
yo te acomodaba las gafas,
-siempre las llevabas caídas en la punta de la nariz-,
tú,
tú me dabas las gracias con un beso y una sonrisa,
-tan solo los mantengo en el recuerdo-,
mi rostro se arruga por los años,
mi cara envejece de sequedad por los besos perdidos,
mis ojos por la tristeza de no alimentarse de tu encanto.
¿Sabes?
A veces te busco entre las cortinas,
¡cómo jugueteabas escondiéndote tras ellas!
y aún sigo preparando tu desayuno preferido,
tostadas calentitas de mantequilla y zumo de naranja,
pero no tienes apetito,
las retiro una y otra vez cuando se enfrían,
-no te preocupes, lo dejo todo limpio y en su sitio-,
me enseñaste bien,
no está tan ordenado,
pero procuro que no te des cuenta.
Se han secado tus lágrimas,
la alfombra las ha marcado como un monumento,
como un símbolo imperecedero,
he tratado de mantenerlas,
las he protegido,
pero he sido incapaz de alimentarlas para que siguieran brillando.
Ahora, las rodea un río de recuerdos,
un tiempo inusitado,
un cuerpo apagado,
un corazón mutilado,
y las lágrimas de unos ojos, enfermos por tu ausencia.
La alfombra seguirá húmeda
hasta que me hagas un guiño
y me vuelvan a besar tus labios.