Una casa es, a veces,
mucho más que una casa.
Es una hermosa fábrica de mundos,
es nuestra propia cueva de Altamira,
es el brote celeste que se eleva
desde el fondo del cráter de un volcán.
Cuando una casa es una casa entonces
se siente el baile atómico
que nace de lo íntimo
de nuestras soledades…
Alguien llora, alguien canta entre los hierros,
es la voz de violines de Marianne,
she give me love, love, love, love, crazy love
pero su canto ahora vuela triste
al saber que su amiga
no volverá a llorarla nunca más
en la cubierta de esa nave azul...
pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa
Y Marianne se emociona recordando
las soledades de su compañera,
ahí, sentada sobre aquella alfombra
mientras acariciaba la guitarra
y vaciaba su pecho de la arcilla
del viento que se fue,
y llenaba su pecho con la grama
del viento que vendrá.
Alguien llora, alguien ruge allá en polvo,
es Bukowski cagándose en la puta
de las bestias mecánicas
que clavan sus colmillos de codicia
en lo poco que queda
de lo que fue la barra de su bar.
Y convoca a su cabaret de musas
a golpe de recuerdos y blasfemias,
y escribe con la punta de sus yemas
untadas en un vaso de aguardiente
los versos más amargos
(y bellos) de su vida,
porque sabe que nunca, nunca más,
volverá a emborracharse con su amante
en la cubierta de esa nave roja...
pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa
Y la recuerda, ahí, frente al espejo
retocándose el rímel de su luz
mientras tatareaba la canción
de aquel Seat Ibiza haciendo historia
en la mirada inquieta de la niña.
Hay heridas que el tiempo
no es capaz de curar. Ni debe hacerlo.
Alguien llora, alguien gime en el silencio.
Una desconsolada Janis Joplin
yace como una santa de Bernini
sobre los restos grises del naufragio.
Contempla el cielo rosa de Madrid
cosido por la tinta del vencejo,
¡narcótica madeja del ocaso
que enhebra la tristeza de un final!
Le duele no volver a compartir
aquellos bailes con su compañera
en la cubierta de esa nave ocre...
pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa
Y la recuerda, ahí, sobre el parqué
en una danza ingrávida y profunda,
en el giro hechizado de ese instante
en que la madrugada rueda y calla
y uno comprende la felicidad.
Y el rastro de su ser
recorre las mejillas de Neil Yung,
Darío, Hernández, Lorca, Benedetti...
Algunos vagan sobre los escombros
como buscando, como si en las grietas
de aquel gris desencanto
pudieran encontrar las llaves de su casa...
Otros, niegan, otros, lloran, otros,
esperan a la noche y su silencio,
mientras levanta el vuelo y gira leve
una escultura orgánica e inercial
de sillas, mesas, lámparas,
fotografías, libros, cuadros, discos,
pentagramas, cuadernos y guitarras.
Y en el vértigo gris que cristaliza
en el adiós que dura para siempre
aparece la risa salvadora
de quien sabe que todo pasa y sabe
que lo bello es bello si termina.
¡Mira que sois exagerados, chicos!
Nuestro escenario ya no existe, ¡es cierto!,
pero pensad qué bien lo hemos pasado…
Es un hueco de ausencia, es una herida,
pero, amigos, ¡miradme!,
¿cómo podéis pensar que todo acaba?,
¿no os dais cuenta, queridos, de que todo
empieza aquí y ahora?
Tomemos por asalto la belleza,
¡hagamos de otro espacio
nuestra obra maestra!,
¡hagamos de la vida una revolución!
Marianne la mira tímida y sonríe.
Bukowski alza las cejas y los hombros
mientras suelda sus labios
y baja su mirada al suelo y hace
como que no le importa.
Y Janis se levanta de un respingo,
guarda un beso en su mano y se lo lanza,
rasgando con su voz el cielo entero...
Maybe dear, oh maybe, maybe, maybe,
Y la grúa levanta
el último madero del solar.
Kalkbadan
En Madrid, a 13 de julio de 2019
(...) pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa
F. García Lorca