Que el recuento de arrugas en tus manos
sea grato.
Que siempre haya una mirada cómplice
en tus ojos.
Esas cosas,
es no morir temprano, ni más de lo necesario.
Si llegaron un día, a tus labios
-con el primer domingo de Mayo-,
las musas que aventaron gracia y ron entre los feligreses,
fue un gran atino.
¡Doliente España, dueñas del cordero,
Apóstoles y Urracas de Zamora,
perdonad a los impíos!
Que para recoger las uvas bajo el altar
hay que forzar la puerta de la ermita.
Que para inhumar en el cementerio sus directrices,
hay que atar el alma
al espejo tóxico
de un sagrado elixir.
Con flores a María cantaban, a Beatriz y a la dulce Macarena
-desnudos entre fresas y vino-, Jimi Hendrix hervía:
aquella celebración no era habitual entre sus santos.
Era recomponer Grecia desde el muro Inca
o saborear la coca Madre cuando dejó caer su velo,
en el mismo momento del sacrificio, a los pies de San Juan
de la Cruz.
Estaba desnuda y escrito.
También ese día llegaron peregrinas de Santiago.
Se avistaron cicatrices y oropéndolas
que avisaron de aquella inmundicia a la comunidad.
Todo se supo en la alcancía castellana.
Llegaron otros tiempos.
Entre el dulce y la blasfemia de aquellos puercos,
el garum impregnó la fe cotidiana;
el azar, el resto de aquella
comedia:
ninguno terminó cerca de sus vestales.
El himen de las diosas pudrió el asfalto,
los amigos se fueron dispersando en el desasosiego de una crisis
hacia otros mundos.
Quizá fuera la maldición
o el prepucio de Adán en la memoria,
carne de exilio y tecnología
Hoy,
que el tiempo cede Barceló a sus miradas,
aquellos fieles fueron encontrando su lugar
en templos y orgías de otros países.
Celebrando los versos del poeta Villa
que dicen:
“El mundo, infiel a la nostalgia,
se quedó con la herejía:
sus besos nunca chorrean espuma
en el pubis de Aurora.”
Pero vuelven a Rueda cada noche
emocionados,
pudo más el verdejo que los dioses.
elPrior