Carta a Nayibe
Publicado: Lun, 18 Feb 2019 19:50
Heme aquí, trasnochado, como lirio expuesto a la luz gástrica de los neones.
Si permanezco en un sueño de brújulas, haz de desnudarte.
Si el pantano del olvido está dibujado boca abajo en tu sonrisa,
haz de desnudarte.
No me preguntes nada, por favor, ni si el café es una muestra de inanición
del pasado (nada que sea pregunta, más que tu pubis encarcelado en tormentas de vidrio,
en botellas de ron con estadística de ángeles).
Nada que no sea la religión de perderte ahora, mientras gritas con acento de fantasma
los adverbios de la soledad.
Los ríos, Nayibe, son murciélagos de la espera.
Te acuerdas cuando estaba a punto de confundir
el ocaso tierno de las víboras con tu vientre
y las ventanas balbuceaban la carencia de luz
en el idioma anaranjado de los días sin nacer?
Pienso que, a veces, la luna es un crepúsculo de orgasmos.
Te acuerdas lo que hizo que nos besáramos por primera vez,
Nayibe, seguro que no te acuerdas
que simplemente fueron burros subiendo la senda
y no tenías frío, fingías una ausencia
que apenas hoy la firmas
y bailas descaradamente
abrazada al ciclón
de mi infortunio.
Sólo queda el deseo de verte desnuda una vez más, de nuestro amor,
para ver si la muerte acierta en todos los esqueletos
o se confunde, y, al azar, he muerto
más de lo que debía.
Si permanezco en un sueño de brújulas, haz de desnudarte.
Si el pantano del olvido está dibujado boca abajo en tu sonrisa,
haz de desnudarte.
No me preguntes nada, por favor, ni si el café es una muestra de inanición
del pasado (nada que sea pregunta, más que tu pubis encarcelado en tormentas de vidrio,
en botellas de ron con estadística de ángeles).
Nada que no sea la religión de perderte ahora, mientras gritas con acento de fantasma
los adverbios de la soledad.
Los ríos, Nayibe, son murciélagos de la espera.
Te acuerdas cuando estaba a punto de confundir
el ocaso tierno de las víboras con tu vientre
y las ventanas balbuceaban la carencia de luz
en el idioma anaranjado de los días sin nacer?
Pienso que, a veces, la luna es un crepúsculo de orgasmos.
Te acuerdas lo que hizo que nos besáramos por primera vez,
Nayibe, seguro que no te acuerdas
que simplemente fueron burros subiendo la senda
y no tenías frío, fingías una ausencia
que apenas hoy la firmas
y bailas descaradamente
abrazada al ciclón
de mi infortunio.
Sólo queda el deseo de verte desnuda una vez más, de nuestro amor,
para ver si la muerte acierta en todos los esqueletos
o se confunde, y, al azar, he muerto
más de lo que debía.