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Debería contarte
todo lo que ahora sé.
Que del tiempo -juntos-
se despluman los rastrojos
que arrastran del sol sus quemaduras,
que del blanco solo dejas
la luz que inunda cualquier brisa que venda despacio los ojos,
que de ti
aflora una galaxia que vibra como un latido que inunda el pecho
y lo llena de estrellas en las que sus árboles, tan espigados,
incendiados como piras incombustibles,
palpitan dibujando un camino secreto que yo solo puedo recorrer,
como el mapa indiscernible del sentimiento primero.
De nuestros viajes interestelares me dejaste las alas, y ahora no sé
cómo descolgarlas de mi universo. Siempre puestas,
tengo el salón de la consciencia
lleno de boquetes en el techo, me impulsan
y entrechoco ávido con cada sueño… Sólo los ángeles entienden este aire
que exhala el corazón como un ventilador iridiscente,
y destierra cualquier miedo al vuelo suspendido
de dos cosmonautas
flotando en una realidad enredada de brazos como labios,
vaciando los abismos para llenarlos de ingravidez donde levitan nuestros cuerpos.
Desde esta casa hoy sin paredes que bombea los espacios
haciéndolos parte del azulado viento, escribo estas líneas como cordeles invisibles,
una escalera que asciende desde las entrañas
por la que suben una bandada de jirafas aullando silencios
desplegando sus patas de la tierra a los astros,
sonriéndote en sus cuellos.
El mundo está lejos, parpadean los pájaros como luces de aeropuerto,
nada me frena, cierro los ojos y te veo
arriba, que es al lado, cerca, tanto…
y en pleno vuelo.
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