
No me salto las normas de cordialidad.
Cuánto quise quererte y demostrártelo.
Otro secreto que no se sabe dónde acabará.
Intento guardar los menos posibles.
Pero amar en tiempos de... -cómo decirlo... ¿ligues cibernéticos?- se me hace cuesta arriba.
Hoy en día no se quieren ni a los borrachos, ni a los cocainómanos, ni a los locos.
Y yo tengo un poco de cada casa.
Antes, cotilleaba el facebook de mi amor platónico.
Ahora, el que tiene cara de libro soy yo.
¿Cómo llegar de aquí a las emociones?
He escrito libretas y libretas de las que no me desharía ni loco, pero en un arrebato, que no es lo mismo, las tire al contenedor del cartón.
Mi historia tiene un poco de varias:
el hijo pródigo, mentiroso compulsivo, y sin límites -estas dos últimas, películas un tanto peculiares, pero con encanto-.
De tanto reflexionar y recrearme en mis reflexiones, huyo de las conclusiones.
Creo que, joder, está bastante claro, quien quiera quererme, tendrá que cambiarme.
Y para ello sí que no hay chances.
O lo que es lo mismo, para cambiarme a mí habría que sacarme las tripas.
O romperme algún hueso, qué sé yo.
Lo que guardo en la mente no es un desvarío, ni un desfase.
Lo que guardo en la mente es justicia emocional.
Para nadie.
Yo, para nadie.
Así me gusto.
Y joder, claro que me importa gustar -a mí me importa todo-, pero, ¿qué culpa tengo yo de no querer cambiar a nadie?
Ahora a eso lo llaman amoldarse el uno al otro.
En realidad, he estado aislado del mundanal ruido, literalmente.
Y claro, lo que viene ahora es el mundanal ruido, con retardo.
Pero nadie me conoce, ni nadie me ha conocido.
No soy un chico traumatizado.
Lo que soy es un cabezón.
No pruebo lo que sé que me hace daño.
Las enfermedades mentales no son un juego, y yo sentencio a desamor a todas aquellas mentes que no vuelan tanto como la mía, que no sueñan tanto como la mía, que no aman como la mía.
No necesito un hombro sobre el que llorar.
Ni mucho menos beber para olvidar.
Masturbarme para descargar.
Digamos que ahora dejo que la vida, y todo aquello en lo que no creo, directamente porque no existe, venga a mí.
No hasta que me demuestre lo contrario, sino hasta que yo me demuestre lo contrario.
Y para que ello ocurra, basta con otra nueva ilusión.
No es preciso cortarse las venas por un amor perdido -ni siquiera sabes si existe el amor, si tú existes... ¿En serio quieres comprobar qué hay tras ese último aliento?-.
Tampoco me olvido de cuando me creía Dios, cosa que llevo dentro, al igual que la contradicción.
Tendré que vivir con ello el tiempo que... -en fin, que llevo otro yo totalmente diferente grabado a fuego-.
Cuántas veces he pensado que esto de escribir para rellenar folios no sirve de nada.
Cuántas veces me he convencido de lo contrario.
Si no fuese por esto, yo ya no estaría aquí -me refiero al yo, al Dios que llevo dentro-.
Pero soy demasiado bueno y guapo, inteligente, como para quedarme a gusto.