-y es lo justo–
¡como si cupieran en su cresta enigmáticos trueques de horarios¡
y las vacas, dan ordeño a destiempos del estado.
Las gaviotas,
a la greña por un quítame allá un hueco sobre la grúa,
siempre despotricando, mientras las viejas, a la que lloran al cielo,
hablan de aquellos tiempos en que ennoviaban gaviotos al mástil del bucanero.
¿Y el Dondiego desperezar sus volantes a la luz de las farolas?
¿Y un ciempiés vestido con calcetines pasear por el asfalto?
Y yo misma “hablando“ por mesenger,
¡como si fuera posible parlamentar al teclado!
Y no sigo, pero madura una idea en el trozo del cerebro
(que aún se mantiene intacto a pesar de los pasares),
me comentan que en Laponia la vida sigue los ritmos de Madre Naturaleza.
Me construiré un iglú.
( De los despropósitos en los que nos inmersan o nos inmersamos diciendo siempre amén a papá estado y sus cambios de horarios. Menos mal que mi mar ni caso hace y rompe las olas cuando le viene en gana)